La supervivencia nos hace cómplices de la muerte de cuanto nos rodea.
Así es el ser humano, arma y horca de su breve paso por la eternidad.
Donde está el gris si de éste planeta solo se ve el azul desde la luna?
Donde acaban nuestros sueños y terminan las miradas de los que
quedaron desde el proboscídeo de los anhelos propios que nunca supieron atravesar?
El padre, el hermano, el primo, el amante, la cosecha y la esperanza perdida son huellas que nos recuerdan lo que fuimos y quisimos ser ante la adversidad. Los temores, los miedos, las angustias por lo que pudo ser y no fue son improntas indelebles que debemos colocar en su debido tiempo y pasado relativo…porque todo es relativo, hasta la culpa. El remordimiento, la causa desprovista de efecto y la argumentación a destiempo con quién no lo merece no construyen nada.
No existe el destino ante la muerte porque solo la muerte nos elige en un momento dado. Si todo te abandona es porque tú lo hiciste antes, no al contrario, sino por voluntad propia.
Este es el mundo que nos ha tocado vivir, tocado por enfermedades que ni conocemos, males del alma que nos desposeen de lo que por naturaleza somos. No podemos elegir el sufrimiento ajeno, pero si convocarlo para hacerlo plato de nuestra mesa.
Dios no existe, no somos el centro de un universo al que le somos del todo indiferentes, somos su casualidad consciente pasajera. No hay religiones que lo justifiquen ni hay ausencias que nos conforten y este escrito desaparecerá con la especie humana, como tantos otros y tantos esfuerzos denodados por justificar, arengar y engrandecernos ante la patética realidad de una trayectoria tan efímera.
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