Artemis permanecía quieta, empapada en sudor, con el hoplón alzado frente a sí, la mirada fija en su oponente intentando adivinar sus intenciones. Su lanza asomaba amenazante tras el escudo con su brazo derecho tenso como una cobra a punto de dar su golpe mortal.
Giró lentamente como si bailara al ritmo que le marcaban los movimientos de su presa, sin perder su centro de gravedad. Sin previo aviso hizo un amago para desencadenar otro ataque que no se hizo esperar, vino por arriba y a su izquierda, pero en lugar de oponer el escudo se avalanzó parando con la lanza hacia abajo que se astilló, pero se giró rápidamente para golpear con su defensa en horizontal el cuello de su rival. Mala suerte, al parecer lo esperaba y se agachó para esquivar el tremendo zarpazo. Pero lejos de achicarse aprovechó el giro entero para defenderse atacando con una estocada de arriba abajo empuñando su lanza al revés, como apuñalando a una criatura moribunda. Los ojos asustados de su padre no esperaban tanta temeridad, ya que dejaba al descubierto toda la parte inferior, pero no le dio tiempo más que a caer boca arriba con la punta de la lanza astillada de su hija deteniéndose a tan solo un palmo de su garganta.
-¿Donde has aprendido esta locura suicida?- decía Cleístenes sin darse un descanso para parpadear, mirando la cara de asesina sonriente de su hija y la punta amenazante de lo que quedaba de su lanza. Artemis se incorporó arrojando su aguijón al suelo y ofreciendo su mano al vencido y boquiabierto pariente. –Se sorprendería de las cosas que se aprenden en los suburbios de Atenas, padre, allí hay más sangre guerrera y más talento que en todas las villas de los ricachones juntas-. Frunciendo el ceño y dejándose ayudar Cleístenes se sacudía el polvo del suelo del patio, ahora convertido en un extraño parque de juegos castrenses. – No lo dudo, hija, no lo dudo, y no reniego de tus amistades en esos círculos, pero tienes que darte cuenta de que todos tus actos tienen su eco en el ágora, me paso el día apagando fuegos entre la nobleza por tus…desmanes y excentricidades con gente de baja estofa –.
Pero ante la mirada malhumorada de su hija se avino a replegar filas. – Perdona, pequeña, perdona, nunca me acostumbraré a verte así, como una mujer casada muy capaz de cortarle la lengua a cualquiera que ponga en duda tus derechos de ciudadana, pero una cosa si es cierta, desatiendes tus deberes en la asamblea y esos rumores no puedo acallarlos, en ocasiones me parece que te atrae más emular a Aquiles que cumplir con tus prerrogativas políticas. No has llegado hasta aquí para ahora echarlo todo al fuego del hades por aprender lances y fintas en los barrios bajos-. Artemis dejó el pesado hoplón de bronce apoyado en una de las columnas del atrio, se enjugó el sudor con el escote de su vestido de lino blanco y cogiendo delicadamente a su padre de la mano lo condujo hacia la estancia anexa, donde una joven esclava tracia terminaba de servir dos copas de vino y unas aceitunas de un verde brillante irresistible, no en vano los olivos de las tierras de su padre eran envidiados por su salud imperecedera en todo el ática. Cleístenes se vanagloriaba de ello y presumía de que sus árboles descienden de la simiente entregada por Atenea a la ciudad el día de su fundación, en su pugna con Poseidón.
Artemis demoró su respuesta hasta que estuvieron reclinados y mirándose frente a frente, bebiendo el fruto de la tierra que les vio nacer a ambos, en comunión con su pasado y su tan añorado presente. La luz difusa de aquella tarde de primavera entraba por el atrio del patio exterior y la gran puerta abierta de roble macizo, acariciando los bustos de Atenea Partenos y de Poseidón que flanqueaban el acceso a los malos espíritus en aquella paz y en aquel silencio acompañado que les envolvía. Cuántas veces, cuando solo levantaba cinco palmos del suelo había corrido a través de esa entrada junto a Eneas, su hermano, después de haber protagonizado su enésima pelea y la consiguiente rotura de alguno de los carísimos ornatos de la aristocrática vivienda.
Artemis empezó yéndose por las ramas – hay que reconocer padre que siempre tuvo un gusto exquisito en materia de decoración, las esclavas por supuesto van en el lote, la edad al parecer no le impide darse un gusto a la vista, no sea que desentonen con el mobiliario – dijo esbozando una sonrisa sarcástica – No me mires así, hija mía, son cosas de tu madre, yo en eso ni entro ni salgo, es ella la que elige hasta la ropa que debo ponerme cada día y para cada ocasión, aunque he de reconocer que hasta la fecha no he tenido queja de su buen gusto. Muchas veces recela de mis miradas furtivas hacia esa belleza tracia, pero no osa decir palabra porque tampoco yo le recrimino sus devaneos y sonrisas a ciertos nobles bien parecidos en el ágora. Al fin y al cabo y viendo los vericuetos del matrimonio con la perspectiva de la edad tanto ella como yo estamos ya de vuelta de ciertas cosas y no merece la pena andar con dimes y diretes por un escarceo visual, al menos en mi caso me conmueve lo mismo una hetaira de caderas sinuosas que un asado de codornices con salsa de arándanos. El cariño y la responsabilidad quedan ya muy por encima y pesan mucho más que los baños ocasionales en las pasiones mundanas. Pero no rehuyas con esa demagogia sentimentaloide mis preguntas, que me recuerdas a Iságoras en sus mejores tiempos dando discursos, a veces me da miedo que mi escuela oratoria haya calado tanto en tu forma de ser, pero no podrás con este viejo curtido en mil discusiones, eternas y enconadas discusiones con los mejores estafadores de grecia. O sueltas prenda o empezaré a desplegar mis mejores armas disuasivas. -
- Está bien padre, está bien, bajaré la guardia por una vez por respeto a sus canas y miedo a su verborrea de político contumaz – reían ambos ante la ocurrencia cuando se vieron interrumpidos por la entrada de una diosa en la tierra que traía un vestido vaporoso de seda fenicia. Su andar etéreo y resuelto, su mirada centelleante y su largo pelo castaño lleno de bamboleantes tirabuzones terminaban de adornar la majestuosa aparición que llenó la escena como si Medea saliese al teatro a llenar de luz y drama la oscuridad egoísta del mundo de los hombres.
Dánae parecía haber hecho un pacto tácito con el despiadado paso del tiempo que lejos de desfigurar la belleza y la frescura de la juventud perdida la había tornado en madurez irresistible, señalando con las incipientes arrugas del rostro las virtudes y los dolores que engrandecían su imagen con el paso de los años.
- He oído a niños jugando en el patio a Perseo y Medusa y no he resistido la tentación de bajar de mi interrumpida paz en el olimpo y de mis útiles quehaceres para ver el resultado de tanto derroche de sudor y energía en pos de una gloria efímera. Hola hija mía, ¿has vuelto a enseñar a tu padre lo que vale un peine?, no sabes cuánto agradezco que le bajes los humos de vez en cuando, últimamente cada vez que vuelve de ganarse a las masas en la asamblea del pueblo se pone realmente insoportable de lo que se engorda a sí mismo, no cabe en la toga querida –. Dánae subrayaba su frase mirando de reojo a su marido incorporado mientras cogía las dos manos de su hija que se había levantado y besaba su mejilla.
Cleístenes carraspeó y sin contestar hizo una seña a Berenice para que trajera otra copa de vino vacía. – Siéntate querida, Artemis tiene el día generoso y me estaba contando cuales son sus grandes motivaciones existenciales, esas que le tienen apartada de la vida y las responsabilidades públicas-. Se sentaron los tres y Artemis en un gesto de coquetería cogió una pequeña cinta de cuero que llevaba sujeta en una sandalia y se recogió el pelo sin ninguna prisa mirando a su padre que esperaba con traviesa curiosidad a que aquella belleza labrada por Artemisia se dignara a exponer sus argumentos.
- Para empezar fuiste tu, padre, quién me metió en la política por la puerta de atrás, bueno, tu y ese amigote tuyo, ¿cómo se llama?...ah, si, Dionisio, el nombre le va que ni pintado a ese borrachín manipulador de mentes, la última vez que desafortunadamente me lo crucé no dejó de mirarme el escote mientras me contaba los últimos chismes del Areópago. ¿Cómo puedes relacionarte con seres de esa calaña?. Noooo es igual, no me lo expliques, al fin y al cabo a eso voy, esa es mi linea argumental mi querido magistrado. Pues bien, supongo que te has dado perfecta cuenta de que no me muevo como tú en esos círculos de manifiesta alquimia política, de miradas falsas y puñaladas por la espalda, de hombres que te dan a mano y te están sentenciando a muerte a manos de un sicario en cualquier callejón de Atenas y son los mismos hombres que venderían a sus madres por un contrato naviero contigo, padre. No, no me pidas que me sumerja en ese mundo porque se me pudre el alma de pensarlo.
Pídeme si quieres que baje al arroyo al que ninguno quereis bajar ni podeis y sabes a qué me refiero. Yo me muevo como pez en el agua entre lo que algunos llaman “la basura de Atenas”, la misma basura, por cierto, que les vota en la asamblea y les hace poderosos, pero no voy a entrar en dimes y diretes contigo que al final siempre ganas por puntos -. Su padre reía pasando quizá uno de los ratos más divertidos escuchando cómo su hija se despachaba a gusto a la vez que admitía sus flaquezas, ante lo cual guardó respetuoso silencio y bebió un poco de vino negando levemente con la cabeza en medio de una gran sonrisa.
- ¿Lo ves madre? ¿Te das cuenta de cómo disfruta sobremanera de sus ridículas y ególatras victorias diplomáticas?. No haremos carrera de él, por muchos combates en los que intente doblegar su megalomanía política. Te equivocas hija mía – soslayó Danae – y sigue por el camino que llevabas que al final quién rie el último rie dos veces -. Artemis gruñó ligeramente con el ceño fruncido y sus ojos clavados en su pieza de caza, un auténtico león de las malas artes argumentales.
- Aunque a buen seguro, padre querido, ya sabeis donde acaba mi discurso no voy a negarme el placer de finalizarlo. Yo y solo yo soy la mano política que te falta en el pueblo, a mi me respetan porque me crié entre sus bastidores, me senté a su mesa desde pequeña contra tu voluntad, jugué a pedradas y hasta sangrar innumerables veces, me he casado con un artesano de la madera, otra vez contra ti y pagando un alto precio en lágrimas querido padre y ellos saben que lucharé a su lado siempre y en todo lugar, así que piensa detenidamente que tus votos en las asambleas del pueblo son en buena lid míos, porque soy la extensión de tus anhelos en la basura ateniense, y a mucha honra -.
Se hizo un silencio expectante y Danae se removió en su reclinatorio sin articular el más mínimo gesto de aprovación o descrédito de lo dicho por su hija, pero mirando de reojo a su marido que serio hacía girar su cuello como un púgil calentando para el siguiente round si perder de vista a Artemis.
- Desde luego, no cabe duda de que eres digna hija de tu padre y no te falta razón al reclamar lo que es tuyo por derecho propio a base de sangre, sudor y lágrimas. Sabes que soy pragmático en todo lo que hago y tanto tu labor como la mía resultan una simbiosis de lo más productiva para esta familia. Nuestras leyes y mis reformas que no hicieron sino continuar las de Solón han hecho del ática un lugar donde la convivencia entre clases empieza a ser una realidad más allá del simple uso partidista de la palabra para algunos y su propio beneficio, somos la punta de lanza de algo que resulta ya imparable pero quiero que sepas que tu influencia sola en el pueblo llano no es razón de vida única para esta democracia en pañales-. Artemis hizo amago de decir algo a modo de disculpa, pero Cleístenes levantó una mano – déjame terminar Artemis…Muchos hombres dejaron la vida por el camino, hombres a los que yo apreciaba y que no tuvieron tanta suerte como yo o como tu dices tanta capacidad de hipocresía política, menos mal que en el fondo me conoces fuera de esos ámbitos, menos mal. Alguien tiene que hacer ese desagradable trabajo y bregar con los perros de arriba, que son tan fieros como los de abajo arrimando el ascua a su sardina. En el equilibrio de mesuras en ambos bandos está la virtud y todavía queda mucho por hacer, mucho. Las clases medias como los artesanos y los metecos financieros y comerciantes no están suficientemente reconocidas y llevará mucho tiempo y mucha mano izquierda introducir reformas que les dejen en su justo lugar y eso no gusta a los aristócratas que se me echan encima cada vez que se me ocurre proponerlo. Así que dada la edad que tienes y la inteligencia que te asiste concentra tus energías en ser pragmática como yo y en recoger el testigo que varias generaciones de grandes políticos y pensadores te han legado, en arriar la bandera única de la defensa del pueblo como adalid de tus aspiraciones y de pensar en Atenas como un todo que algún día y gracias al equilibrio de fuerzas podría convertirse en la mayor potencia del Egeo. Piensa en ello hija mía y deja de ver en tu padre un enemigo para encontrar a tu mejor aliado y sopesa igualmente que si quieres doblegar a tu enemigo lo mejor es estar tan cerca como puedas de él -.
No hay comentarios:
Publicar un comentario