PROLOGO
Este relato épico de ficción bien podría haber sido un cómic o aventura gráfica, desde luego no es ni pretende ser novela histórica, aunque se mencionen lugares y citas que si lo son, pero solo como recurso literario y justicia histórica. De igual forma mi gusto personal por la navegación a vela quizá haya hecho que me exceda en conceder a los trirremes atributos que muy posiblemente no tenían y elementos de fabricación que tampoco formaban parte de estos navíos de guerra, pero como a día de hoy siguen en la incógnita por no haber aparecido pecios que den fe de sus dimensiones reales he adaptado sus características a las necesidades del relato.
La fragua del fin del mundo es pues una historia que se desarrolla en una Grecia intemporal y democrática, ahora si, porque son las mujeres las protagonistas espada y cetro en mano de los designios de los clanes y pueblos que la componen, las que son capaces de desafiar a sus ídolos como Odiseo, Aquiles y Alejandro y arrastrar con ellas a los suyos en aventuras inimaginables más allá de de las fronteras de los mapas.
El relato no es una crítica soterrada a la democracia que alumbró la nuestra, no. Es totalmente abierta a una sociedad que enterró a las mujeres en sus casas y en los lupanares y todavía estamos por ver si toman el relevo en la sociedad actual de igual a igual.
Pero lejos de hacer un panfleto feminista he tomado la senda del humor y he desterrado por completo los dramas humanos para dar paso a acción pura y entretenimiento, que para dramas ya tenemos la situación actual.
Este relato nació en el foro de un juego de rol y no es solo mi imaginación y mi modesta pluma las que han conformado el texto, así que es también un pequeño tributo a los pequeños y desconocidos rincones de creatividad que van floreciendo en Internet.
CAPÍTULO 1: Las columnas de Heracles
- Bueno, y ahora qué -dijo Filipo mirando a Dafne con una risa sardónica y de reojo la niebla que empezaba a tragarse la proa del trirreme-. Tú y tus delirios con el vino de Rodas nos han traído treinta días después a vete a saber dónde, a buscar Zeus sabe qué, entre estos dos cuernos enormes, ahora acabaremos con los de Ciros estampados contra estas rocas, eso sí, con mucho heroísmo y mucho bla, bla, bla -Ciros hizo amago de sacar su espada y rebanarle el cuello de una vez por todas al renacuajo primigenio y feo de Filipo, pero lo pensó dos veces al ver la mirada inquisitiva de Irene devolviéndole la cordura. Poca sangre para tanto guerrero, decían sus ojos.
- Mira, hidra venenosa -dijo Dafne sin tan siquiera desviar la vista del escaso horizonte-, no sé quién te dejó entrar en nuestro pueblo y mucho menos embarcarte en esta nave y en esta empresa que te viene bastante grande, no gastaré más saliva en explicártelo. Limítate a cocinar ese rancho asqueroso que nos mantiene vivos y a tensar las jarcias cuando te lo pida. De momento ve a la popa y avísame cuando la profundidad no llegue a cinco brazas. No quiero arrastrar mi bonito trasero por estas costas tan escarpadas, puede haber bajíos y no quiero sustos.
Filipo se fue mascullando una sentencia en un dialecto irreconocible mientras miraba a Ciros apoyado en la borda acariciando la empuñadura de su espada, saboreando su victoria sin derramar una gota de sangre.
Irene se acercó lentamente por detrás a Dafne y se sinceró por enésima vez con su amiga.
- Reconoce al menos que el pueblo ha pagado con creces en esta aventura. Hemos perdido al resto de la flota. Sí, ya lo sé, me dirás que se han extraviado tan sólo, pero estamos en el fin del mundo conocido por la Hélade, solos y desprotegidos de cualquier ataque a retaguardia, sin puertos conocidos de abastecimiento y la moral de la tropa empieza a perder fuerza ante tantas promesas y tanto sigilo por tu parte. ¿Porqué no se lo dices claramente?...Y otra cosa, Filipo es un desastre y siempre habla más de la cuenta, pero te es fiel y es fiel a su clan, no cargues tu incertidumbre sobre lo que nos espera en los que te apoyan aunque sean una, una... ¡una mosca cojonera!
Las dos amigas rieron de buena gana mientras Dafne apostillaba. -Tienes razón, pero quiero que tengas en cuenta que la última en dejar caer los brazos seré yo y no vosotros, la primera en sacar mi espada y cruzarla con lo que quiera que venga para defenderos seré yo y no vosotros, y la que no puede permitir ni el más mínimo desfallecimiento a bordo soy yo, porque no me lo consiento a mí misma. Y...por cierto, algo sin importancia, dile a Ciros que no gaste fuerzas en empresas menores, con Filipo al menos siempre tendremos carnaza para los tiburones.
El buen humor volvió como por ensalmo entre las risas a la proa del barco mientras era engullida por aquella niebla azul y extraña que devoraba los sonidos y los sueños de los navegantes griegos. Ciros miró a Ágatha, subida en el puesto de vigía con la mirada fruncida y fija en aquel muro impenetrable hasta que la perdió de vista a sólo unos metros. Él era un gran guerrero y había llegado la hora de bajar a la arena.
Dos largas horas pasaron en una boga lenta que Dafne ordenó al jefe de los remeros, a más velocidad no daría tiempo a detener la nave y se tragarían lo que llegara sin tiempo a reaccionar. El silencio más expectante recorría la cubierta y sólo se escuchaba el tambor de la boga como un presagio funesto.
Ciros no quitaba ojo de los movimientos de su jefa de clan, pétrea y firme en el timón de aquella magnífica nave capitana producto de las mejores manos artesanas del puerto de Eleusis, orgullo de la flota que ahora más bien parecía un extraño juguete que más que flotar volaba sobre un paisaje inexistente, frío, sin colores, sólo el azul, ese azul que volvía su coraza, sus grebas y sus armas un esperpéntico adorno falto de rango.
- ¡Veinte brazas! -gritaba Filipo, ahora ayudado por Néstor, viendo que el proyecto de soldado no era capaz de levantar solo la piedra que hacía de contrapeso al final de la soga.
- ¡Vamos Filipo, cocinero del Hades! -reía Néstor- Si te dejo solo en esto hasta un salmonete bizco y famélico es capaz de arrastrarte al reino de Poseidón.
Filipo sudaba y jadeaba como un becerro incapaz de responder a su amigo, pero de sobra sabía Néstor que la contestación llegaría más pronto o más tarde, llena de veneno, injurias en macedonio y no poca saliva desbocada.
- ¡Silencio! -bramó Dafne. Después, mirando a Irene - ¿Lo has oído?
- Sí -repuso Irene-, apenas ha sido un quejido, pero....-
De sobra sabía Dafne lo que se avecinaba cómo conocía de memoria el número de marcas en la espalda que le dejaron en su último y desafortunado encuentro.
¡GRIFOS!
Sin más preámbulos y sacando a la tripulación de golpe de su letargo, Dafne se dispuso a dar órdenes.
- ¡Ciros! Quiero a toda la falange en cubierta, pertrechada, escudos, cascos y lanzas. En formación cerrada y los arqueros en el centro. ¡Muévete! ¡Néstor! ¡Pestes! ¿Dónde está Néstor? -Irene señaló con el pulgar a la popa- ¡Néstor, Filipo!, dejad eso y traed diez remeros a la cubierta para que amarren la vela a la botavara, los grifos podrían destrozarla y mojada como está podría hacer zozobrar la nave. ¡Ágatha, baja del Olimpo! -Pero Ágatha ya estaba a pie del mástil central tensa como la cuerda de un arco cretense- ¡Ágatha!, cubre con tus arqueros la maniobra de los remeros, el resto que se metan en la bodega y no salgan de allí ocurra lo ocurra. Irene, baja y dile a Altaír que tenga preparados sus potingues y sus vendajes, van a hacernos falta -y sujetando su brazo-, luego reúnete conmigo en cubierta, hoy nos va a tocar dar ejemplo.
La nave era un hervidero de griegos corriendo de un lado a otro aparentemente sin un porqué, pero antes de la primera oleada sólo quedaban tres remeros terminando de fijar la vela a la botavara del mástil. El ataque llegó de improviso, una gran sombra plateada de tres metros de envergadura surgió chillando por el costado de babor atacando a uno de ellos, pero su grito se vio apagado de golpe por una flecha que entró por su boca y destrozó su cráneo. Estaba muerto antes de caer estrepitosamente sobre la cubierta. La mirada del remero aterrorizado se cruzó con la de Ágatha, gélida e implacable, que acababa de salvarle la vida.
- ¡No rompáis la formación! -gritaba Ciros de un lado a otro sin apartar la mirada del infierno azulado. Con los remeros a salvo se desató un infierno de ataques en el frente de la muralla de escudos y lanzas de la falange. Talos, Sofía y Artemisia aguantaban los envites y trataban de ensartar los cuellos de los sorprendidos grifos. Los arqueros lidiaban con los más lejanos y se escondían tras los hoplitas en el muro de bronce. Filipo hacía cuanto podía, pero acababa sufriendo más por los codazos de Néstor que parecía decidido a llenarle la despensa de criaturas mitológicas. El estruendo no cesaba ni un momento, el de las aves que atacaban sin descanso y el de las que yacían sangrando en la cubierta y en el agua. En su impotencia uno de los grifos la había tomado con la techumbre de la cocina.
- ¡Hey, Filipo, mira allí! Ese pajarraco quiere arruinarte la cena -reía Ciros, rematando en el suelo a un grifo en el ojo.
No pudieron reaccionar a tiempo. Filipo salió de la formación como poseído por un espíritu enloquecido, corriendo por la cubierta y gritando herejías al grifo, escudo y lanza en ristre.
- ¡Filipo, vuelve a la formación maldito loco! -gritaba Irene, pero el pequeño hoplita estaba resuelto a hacerle pagar cara la afrenta al pajarito de dos metros.
- ¡Maldita bestia! ¡Sal de mi cocina! -gritó enfurecido arrojando con todas sus fuerzas su escudo a las patas del sorprendido atacante. Fue suficiente para desequilibrarlo, cuando el grifo trataba de reponerse y devolver el golpe se encontró con la jabalina de Filipo volando hacia su pecho. Su maniobra fue tan contundente que atravesó el pecho del ave sin darle tiempo a chillar por el dolor.
Filipo respiraba fuertemente con los ojos inyectados en sangre en estado de shock, parecía una bestia en lugar de un hombre y tan absorto estaba en su proeza que no advirtió que a su espalda le acometía otro grifo dispuesto a llevárselo de recuerdo para devorarlo más tarde. El animal, mitad águila y mitad león agarro a Filipo, pero no llegó a emprender el vuelo porque de un solo tajo Ciros separó con su xiphos las patas de su cuerpo.
Tumbado en el suelo Filipo se volvió aterrorizado hacia su general que agarrándole por el pescuezo se acercó y le dijo entre risotadas: - Eres mi trofeo, yo decidiré cuando debes morir y hoy no vas a hacerlo, ¡maldito valiente de pacotilla! -Y se lo llevó arrastrando al centro de la formación de hoplitas.
Al caer la noche todo había terminado, la niebla empezó a levantar y se atisbaban algunas estrellas señaladas con avidez por la punta del mástil, como queriendo alcanzarlas. El espectáculo era desolador. La sangre y los cadáveres lo cubrían todo, habían perdido cuatro guerreros tan sólo en el ataque, pero los que quedaban en pie parecían espectros ensangrentados buscando un lugar donde morir en paz. Altaír se afanaba en tratar de distinguir la sangre propia de la de los grifos en los cuerpos de los heridos, remendando aquí y allá con Filipo tras ella portando un cubo de agua salada y sábanas limpias.
Estaban tratando de inmovilizar una pierna rota cuando alguien grito a sus espaldas:
- ¡Filipo! ¡En pie! -se volvieron y Dafne perforaba con sus ojos ambarinos los oscuros pero nobles ojos del cocinero. Dafne se acercó amenazante y a sólo un palmo de la nariz de Filipo rugió- ¡Has contravenido mis órdenes, has abandonado la formación y has puesto en peligro la vida de uno de mis mejores guerreros! -luego se retiró y con voz taimada, sacando despacio su daga de detrás de la cintura prosiguió- Otros están bailando con Dionisos por mucho menos, ¿lo sabes, no?
Filipo tragó la poca saliva que le quedaba y sintió que sus piernas...bueno, que no tenía piernas. Entonces Dafne miró de hito en hito a Filipo y al grifo atravesado por su lanza, después se apartó despacio y acercándose al animal desangrado abrió su pecho con dos tajos certeros y con su mano izquierda arrancó de cuajo una de las costillas. Se aproximó de nuevo a Filipo que se debatía entre la congoja de su muerte inminente y la perplejidad. Dafne le entregó la costilla y le dijo:
- Con esto se fabrican los mejores arcos de Grecia, hazte uno. Ya no eres cocinero... soldado -y mirándole con curiosidad se dio la vuelta. Se alejó con paso firme hacia Ciros dando órdenes para la limpieza y desuello de algunas aves, la tropa estaba hambrienta y esa noche correría el vino.
Un empellón de Néstor que casi le hace caer sacó a Filipo de su ensoñación.
- ¡En el nombre de los testículos del minotauro Filipo! ¿Qué se siente al volver a nacer? -la respuesta no se hizo esperar.
- Escúchame, vaciador de cráteras, asaltacunas y desvirgador de efebos. No será gracias a ti por lo que sigo de pie con este extraño presente de tu jefa de clan, ganas no me faltan de envenenar tu asado con un vomitivo de caballos, pero no puedo porque me salvaste el cuello y el de mi familia hace dos años en Tesalia, no lo he olvidado y te aseguro que ante mi incierto futuro como soldado de este pueblo de dementes casi hubiera preferido no matar a ese bicho y seguir con mis marmitas alimentando vuestras ansias de grandeza.
Reía a mandíbula batiente Néstor mientras se alejaba del furibundo macedonio diciendo:
- ¡Vamos, vamos, mi pequeño peltasta, no exageres! A partir de ahora beberemos juntos de la misma crátera y te dejaré probar las delicias de algún jovencito de mi harén -luego entró en la bodega de la que no saldría hasta pasado un buen rato, después del cual no recordaría nada al día siguiente gracias al vino aguado de su amado Eleusis.
Al levantar la vista Filipo se encontró con Talos e Irene observando la escena, semicubiertos y abrazados por un manto púrpura de lino, la noche refrescaba y la imagen de los dos amantes contrastaba con la dureza del entorno. Filipo se sintió estúpido pero Irene le dedicó una sonrisa amable, la primera que veía en toda la travesía, que le acompañaría siempre desde entonces en los más terribles sucesos que de seguro les deparaba este otoñal viaje de dudoso retorno.
CAPÍTULO 2: El mundo de Dafne
En el improvisado banquete ciudadanos, metecos, clerurcos, esclavos y remeros se mezclaban sentados por la cubierta ebrios de victoria cantando viejos dynyramb o himnos atenienses. Altaír arrancaba lágrimas en algunos de ellos tocando con su khitara canciones eleusinas. Néstor susurraba algo al oído de Artemisia, pero no terminó su frase porque ella le tiró el vino a la cara y se marchó dejándole con tres palmos de narices.
- Néstor ha vuelto a beber de la crátera que no está mezclada Ciros- confidenciaba Cassandro a su comandante-. Si alguna vez llega a casarse, cosa que dudo, llegará castrado al lecho nupcial como no modere sus modales con ciertas mujeres atenienses en esta expedición y acabará cantando junto a Altaír en los festivales de Delfos -Ciros escupió su vino atropelladamente y agarró amistosamente el cuello de Cassandro espetándole- ¡Jajajajaja! Amigo mío, cada vez hay menos hombres enteros en Atenas. Dentro de poco nuestras mujeres tendrán que aparearse con alguna bestia y criaremos engendros como los de esta tarde.
Al ver a la tripulación de buen humor a pesar del infierno vivido, Dafne se recreaba junto a Irene y Ágatha en el espectáculo apoyada en el mascarón de proa. La tibia luz ambarina de la luna saliente en aquella noche despejada daba un brillo indeleble a sus ojos que habían perdido la fiereza y se mostraban dulces y apasionados escuchando la música de su tierra natal.
- Antes o después tendrás que decirles el propósito de nuestro viaje Dafne -le dijo Ágatha con una voz tan armónica como las notas de la flauta de Altaír, cualquiera reconocería a la arquera de instinto asesino de hace apenas unas horas.
- Todo a su tiempo, Ágatha -respondió mientras bebía pausadamente un trago de vino-. Hoy han luchado bien, son buenos griegos, valientes, esforzados y generosos, pero temerosos de cuentos de brujas sobre el fin del mundo conocido. Mañana comprobarán que eso no es así, que su capacidad de sacrificio unida a la ayuda de nuestros dioses les hace invencibles en este océano que es más ancho de lo que piensan, todo a su tiempo. ¿Recordáis cómo empezó todo? ¿La crónica social de la boda entre Ágatha y yo? -Ágatha respondió sin miramientos- Eso no fue una boda, fue una orgía indecente. Todavía la tengo por aquí para no olvidar con quién me he casado, ¿queréis que os la lea? -Irene y Dafne asintieron como niñas esperando un regalo- Bien, poneos cómodas, que no tiene desperdicio.
Ágatha sacó un pergamino de su vestido como el que hace un truco de magia y lo desplegó.
- Crónicas de primavera. Los inolvidables esponsales de nuestra jefa de clan con la valiente arquera Ágatha de Eleusis.
Por Filipo de Macedonia.
Cuánto ha cambiado nuestra amada Grecia en poco tiempo. Las mujeres ahora toman el cetro de poder, llevan nuestros designios y nuestros valientes guerreros acatan sus órdenes en el campo de batalla. Prueba de ello es el enlace histórico que tuvo lugar en este bello día de marzo en el Ágora eleusina y bajo el sauce de la bella Elena, donde no faltaron a la cita personalidades y miembros de los más altos estamentos militares del clan, algunos más respetables que otros. Ciros, nuestro general y su mujer Sofía, que emprenden una nueva vida en Eleusis tras, digamos, los escarceos amorosos de su marido en tierras egipcias. Los comandantes de hoplitas Talos y su mujer Irene de Atenas, consejera y mano derecha de Dafne. El apuesto Cassandro y el siempre controvertido que no divertido Néstor, quien antes de la ceremonia ya daba buena cuenta del vino de Rodas. En un corrillo aparte la valiente y bellísima guerrera Artemisia, ataviada con un estilizado vestido de seda asiática conversaba con Altaír, que muy en su línea aleteaba sus pestañas y pasaba el dedo suntuosamente por el borde se su copa frente a un guapo representante de la nobleza ateniense. Un curioso caso el de esta bella aristócrata. Su destreza como mujer hogareña, como médico y curandero le ha dado un puesto de privilegio en todas las expediciones emprendidas por Dafne, pero adolece de la funesta capacidad de espantar maridos. Va por su tercer divorcio y en Eleusis empiezan a pensar en el agotamiento sexual de sus parejas como el motivo de la huída del hogar tras pocos meses de matrimonio, aunque no es descartable que los tenga a todos escabechados en el sótano de su lujoso palacio. En cualquier caso no ceja en su empeño de encontrar el hombre que la lleve en volandas al Olimpo del placer.
Más allá una curiosa figura se desplaza entre los grupos de los asistentes sin encontrar al parecer una flor donde posarse. El pintoresco personaje es un humilde servidor y abnegada pluma de Eleusis, exiliado a la fuerza de Macedonia y también a la fuerza amigo de Néstor, que por mí hubo de cruzar su espada con la guardia del rey en una taberna de Tesalia por proferir insultos y blasfemias contra el monarca macedonio. Mi reputación al parecer me precede.
Tras la ceremonia y en un breve discurso Dafne hizo las delicias de los presentes con bromas y requiebros a su ya esposa Ágatha y nos dejó una perla política en forma de expedición a ninguna parte de la que no dio más detalles de los precisos. ¿Qué nos depara el destino queridos compatriotas? Solo ella lo sabe y le debemos obediencia, no me extenderé más en este delicado asunto del que sabré dar cumplida cuenta en el diario de a bordo para el sosiego de las sufridas almas de este pueblo desde la cocina donde he sido cruelmente relegado.
Fue una boda encantadora y sorprendente en todos los sentidos y cuando ya despuntaba el alba y había corrido el vino generosamente las clases sociales se mezclaron sin armonía ninguna entre bailes y persecuciones indecorosas, donde casi se agradeció no saber quién era quién.
Las tres amigas rieron y Ágatha se guardo el pergamino en un sitio muy íntimo. Luego se miraron en silencio dejando correr una inusitada energía.
Una brisa limpia del oeste barrió la cubierta como una promesa subrayada en aquel momento de comunión entre las tres mujeres, que cerraron los ojos al unísono sellando un pacto de vida y muerte. La vida para su pueblo, su pequeña aldea en el triángulo del Ática y muerte si llegaba en el campo de batalla. Dafne miró de reojo a Irene con aire socarrón y le murmuró:
- Anda diplomática, utiliza tus mejores armas para sacar a tu marido de la cocina y de sus recetas de erizos de mar y que te lleve al Olimpo, mañana tenemos una singladura en la que te quiero de una pieza, o en varias, eso ya depende las fuerzas que le queden.
Irene abrió los ojos y levantó una ceja mirando a su jefa de clan que mordía traviesa el vaso de vino mientras sonreía.
- Ágatha -respondió Irene sin dejar de mirar a Dafne-, al parecer el Olimpo va a estar muy concurrido esta noche, vete preparando -y dándose la vuelta airadamente en un gesto histriónico se fue meneando sus caderas sin volver la vista atrás.
Recorrió la cubierta del barco haciendo tintinear sus protecciones metálicas de guerrera hasta llegar a la entrada a las cocinas. De las ollas se desprendía un sabroso aroma que le llenó los sentidos. Entre los vapores de tan ricos platos resaltaba la aguerrida figura de su esposo.
- Querido, ¡qué bien huele aquí! ¿Qué estás preparando? -dijo Irene mientras rodeaba la cintura de su esposo con los brazos por su espalda. Con un susurro insinuante cargado de promesas preguntó- ¿Vamos a dormir?
Talos apartó las ollas del fuego inmediatamente, había otros fuegos que en ese momento le interesaban más. Se tomaron de la mano y subieron a cubierta a buscar un rinconcito íntimo en el que charlar tranquilamente mientras miraban la hermosa luna que parecía bailar en el cielo aquella noche. Abrazados uno al otro echaron un último vistazo a la menguante actividad del barco a esas horas, parecía que la adrenalina de las tropas comenzaba a asentarse en los niveles normales tras la batalla contra los grifos. Irene reparó en Filipo, el muchacho apuntaba maneras y musculatura aunque aún se le veía un tanto enclenque.
- ¿Has visto esposo? Ese muchacho promete, será un gran soldado si es que antes no se deja matar el muy cretino… No mi vida, no es de Creta. Mañana hablaré con él, la valentía y el arrojo no deben estar reñidos con la prudencia y debo hacérselo comprender o perderemos un magnífico soldado.
Talos asentía con pequeños gruñidos demostrando más bien poco interés en el pequeño macedonio mientras recorría con la punta de la nariz el largo y blanco cuello de su esposa de un modo que rápidamente captó la atención de ella.
CAPÍTULO 3: El mar de la esperanza
Al despuntar el día la calma más absoluta se hizo dueña de la mar que reflejaba las poderosas formas del navío. No obstante Dafne había ordenado izar de nuevo la vela en espera de vientos portantes, ante el asombro de los remeros que ya se habían hecho a la idea de hacer un poco de ejercicio en aquella mañana demasiado serena en la que casi preferían evitar movimientos bruscos de la nave y sudar un poco dado el estado lamentable y etílico que les había dejado la noche anterior. Se habían prohibido los desayunos copiosos, tan sólo unas tiras de carne seca y pan ciabbata para asentar los maltratados estómagos, el exceso acabaría vomitado por la borda. Néstor yacía sobre una pila de cabos roncando como un toro en celo en una postura que bien parecía haber caído deshonrosamente desde la cesta del vigía. En la bodega de carga la jefa de clan, ataviada con su bruñido traje de batalla de escamas de cobre lucía un aspecto impresionante con la tez morena y su ensortijado pelo rubio recogido con una diadema de corales de color nacarado. Había bajado a visitar a los heridos más graves, que no eran pocos y conversaba con Altaír sin dejar de mirar a sus hombres tendidos en improvisados camastros.
- Has hecho un gran trabajo Altaír, ¿cuántos de ellos crees que volverán a empuñar las armas? -La abnegada enfermera se frotaba las manos con un paño húmedo y torcía la mirada viendo el panorama.
- Cinco de ellos tienen fracturas muy feas, tardarán en recuperarse si no aparecen problemas de infecciones, y esta bodega no es el mejor sitio para tenerlos, deberíamos arribar a algún lugar donde el aire limpio y la salubridad les ayude a recuperarse, de lo contrario vamos a tener problemas, el resto sólo tienen magulladuras y heridas poco profundas, algunas en la cabeza, pero estarán en tus filas en menos de una semana.
- Bien -dijo satisfecha Dafne-, antes de lo que crees verás cumplidas tus peticiones, haré todo lo posible, de todas formas pondré a trabajar a cuatro de los esclavos para intentar abrir un respiradero en algún lugar de este tugurio. Y tú intenta descansar, te mandaré un relevo, de nada me sirves con esa cara de oveja degollada.
- Una cosa más Dafne -dijo Altaír levantando una mano para que aguardara un momento-. Hay uno de ellos que tiene una fractura muy severa en la cabeza, no creo que pase de esta noche, sinceramente.
- Llévame hasta su cama -dijo con voz grave Dafne.
El joven guerrero tenía un vendaje sangrante que le cubría prácticamente la cabeza y el rostro, estaba inmóvil y respiraba con dificultad sumido en un oscuro y doloroso sueño. Dafne se arrodilló lentamente ante su cama y cogió su mano. Con la cabeza baja susurró una plegaria y al terminar acercó sus labios al oído del muchacho murmurando algo que nadie pudo escuchar, luego beso delicadamente su frente, se dio la vuelta y marchó sin cruzar palabra hacia la escotilla de salida a la cubierta.
Talos se desperezaba frente al mamparo del puente cuando reparó en Filipo, sentado a pocos metros escribiendo en un papiro con aspecto de absoluta concentración. No lo pensó dos veces.
- ¿Qué demonios haces soldado? ¿No deberías estar en la armería con tus compañeros reparando los desperfectos? Lo sabes muy bien -Filipo no ganaba últimamente para sustos, ahora Talos era su capitán (su hippei) en la falange, y le debía respeto. Se puso en pie de un brinco y farfulló pesadamente.
- Lo siento capitán, estaba tratando de llevar un diario de lo que le sucede a nuestro pueblo en esta travesía, yo no..., no sabía que..., yo...
- ¡Filipo! -le cortó Talos- ¡Basta ya! Eres un soldado, no una gallina ponedora ¡Compórtate!. Recoge eso y ponte a trabajar y, otra cosa, ahora estás en el ejército, no eres el ayuda de cámara de Néstor, te debes a un equipo. Ellos te cubren la espalda y tú la suya, ¿entendido? Eso quiere decir que lo de ayer fue un accidente y no se va a volver a repetir, ¿estamos? Así que ya tendrás tiempo para emular a Homero cuando hayas cumplido con tus obligaciones, o hago de ti un soldado o yo acabo de corista en Esparta. ¡Arreando!
Filipo recogió torpemente sus cosas y corrió hacia la puerta de entrada a la armería, pero con tan mala fortuna que se dio de bruces contra el pecho de Ciros que salía en ese momento. Filipo se quería morir, su general le sacaba una cabeza y lo miraba hacia abajo con los ojos entornados echando fuego y chispas.
- ¡Mi... mi... mi... mi general! Yo que… quería darle las gr... gracias por salvarme la vida ayer -Ciros miró a Talos que estaba con cara de “déjalo correr, anda”, tras lo cual respiró hondo mirando al cielo, y cogiendo con dos dedos a Filipo de una oreja lo apartó con gesto de asco y le dijo:
- No hay de qué...soldado, hoy por ti y mañana por mí.
Dafne encontró a Ciros con la cabeza metida en una enorme crátera de agua salada.
- General, dentro de media quiero a toda la tripulación en perfecto estado de revista en la cubierta, incluidos los remeros, que dejen un pasillo en el centro, quiero hablarles y ver sus caras de cerca cuando escuchen lo que voy a decirles y por favor, que alguien despierte a Néstor -dijo Dafne con gesto de cansancio. Ya se marchaba pero se giró un momento hacia su jefe de filas.
- Ciros... ayer Ares debió de tocar la punta de tu espada, porque luchaste como un coloso.
Ciros se marchó satisfecho, gritando y dando órdenes a todo lo que se movía. La nave se desperezó de golpe bajo los crujidos de la tropa corriendo por la cubierta, los remeros adujaban cabos frenéticamente, limpiaban y pulían los trancaniles y las regalas, sustituían las jarcias rotas de la arboladura y colgados de gruesos cabos limpiaban de moluscos y algas las partes más expuestas de la quilla y el espejo de popa.
En medio de un silencio expectante y sin un soplo de viento en la gran vela cuadra Dafne paseaba con su mano derecha en la empuñadura del xiphos y la izquierda en su espalda mirando como por encima de unas gafas invisibles, escrutando entre los ojos de sus hombres y mujeres el espíritu de su pueblo en aquella odisea que no había hecho sino comenzar. Empezó sin titubeos.
- Todos os preguntáis desde que salimos del puerto de nuestro pueblo porqué os he arrancado de vuestros hogares y de vuestras familias para embarcaros en esta travesía que ya nos ha salido bastante cara. Nuestra flota está perdida en las costas etruscas buscando el camino de vuelta a casa y los piratas cretenses os han hecho emplearos a fondo con el coste en vidas que todos sabéis de sobra, huelga que os hable sobre ello. ¡Que Zeus les tenga a su lado a todos ellos!... No he podido poneros al corriente hasta ahora de mis propósitos porque los clanes rivales tienen las orejas muy largas y los egipcios tienen una red de espionaje muy efectiva en toda Grecia -miró de reojo a Ciros, no en vano llegó al clan huyendo de aquellas tierras-. En esto tengo que agradecer vuestra paciencia porque habéis demostrado en todo momento que las órdenes son las órdenes y no se discuten.
Hizo una breve pausa mientras recorría con la mirada los curtidos rostros de los soldados presentes.
- ¡Amigos míos! Eleusis y el Ática entera languidecen. Las minas de plata de Laurión se han secado, esta flota se construyó gracias a ellas. El trigo hemos de traerlo del Helesponto porque Egipto se niega a vendérnoslo -la tripulación en pleno levantaba los puños y vociferaba injuriando al faraón tirano-. Durante generaciones mi familia y mis antepasados han guardado un secreto que no debía ser desvelado a menos que nuestra supervivencia estuviera en serio peligro. Hace cientos de años una expedición griega de Eleusis llegó a estas costas arrastrados por una tormenta junto a las columnas de Heracles. Los que sobrevivieron descubrieron algo que desde luego no esperaban.
Un murmullo crecía entre la marinería y los soldados. Dafne sacó de dentro de su coraza un colgante y con la mano derecha lo levantó ante los ojos abiertos como platos de todos sus hombres. Era una piedra sin tallar de oro puro. El murmullo se tornó exclamación en todas las bocas, pero Dafne corto en seco el ambiente elevando su voz enérgicamente.
- Aquí está el futuro de vuestras familias y de Eleusis. ¡Sólo tenéis que poner proa al noroeste y el pie en la bahía de plata que encontrareis! -los gritos desbocados de la tropa fueron interrumpidos de nuevo por Dafne- ¡Tendremos el mejor ejército de Grecia y enseñaremos a esos egipcios quién manda en el Egeo! ¡Cogeremos su trigo y nos haremos con el norte del valle del Nilo! -en este punto de clímax y en medio de la algarabía se levantó un ventarrón del sur que tensó hasta la última jarcia del velamen. Dafne remató sacando su xiphos y señalando la vela de su nave.
- ¡LOS DIOSES NOS SON FAVORABLES!... ¡POR ELEUSIS!... ¡EN MARCHA!
Dafne subió al puente de mando donde Irene aproaba el barco al norte. Miraba divertida a Dafne.
- ¿Has hecho un pacto siniestro con Eolo? Y Otra pregunta que tenía para ti. Algunas veces no tengo muy claro cuándo actúas delante de tus hombres y cuándo no lo haces.
Dafne le dedicó una mirada por el rabillo del ojo de complicidad.
- Te aseguro que no hay pacto alguno, pero si el buen dios del viento bajara a este puente ahora mismo le entregaría gustosa mi cuerpo. Y en respuesta a tu segunda cuestión te diré que con que lo sepa yo, es suficiente -y le guiñó un ojo.
CAPÍTULO 4: Tartessos, la tierra de los espíritus olvidados.
A media mañana Talos supervisaba las labores de cubierta cuando vio a Irene en la popa del barco vestida (por decir algo) con un traje de ante que no cubría más que lo imprescindible, atada con un cabo a la cintura y a una de las cornamusas y a otra un arpón que sostenía con su mano derecha apuntando hacia el océano. Talos suspiró profundamente y soltó un gruñido mientras apretaba el paso y daba una sonora bofetada en la parte trasera del cuello a un marinero que la miraba y acabó despanzurrado en suelo.
- ¿Qué estás mirando macaco? ¡A trabajar! -se acercaba a su mujer con paso decidido mientras peroraba- Irene, no estamos en la barca de pesca de tu padre, esto es un navío de la armada y tienes a la tripulación soliviantada, hace semanas que no prueban bocado y yo... ¡IRENE!-
Demasiado tarde. La bella saltaba ágilmente al vacío blandiendo el arpón y cuando Talos llegó asustado a la borda ya estaba clavando sobre su presa, un delfín moteado, su afilado bisturí.
- ¡Esta mujer! ¡Esta mujer! Que alguien me ayude a sacarla del agua. ¡Rápido!
Entre tres hombres recuperaron el cabo que la sujetaba al barco, y cuando subía por la quilla a Talos se lo llevaban todos los demonios del hades.
- ¡Estás rematadamente loca, rematadamente loca! ¡Quiero el divorcio! Quién me mandaría a mi.
- Cállate pelmazo -decía Irene-, y recupera la pieza que hoy vamos a comer en condiciones, cocinillas.
Cuando delfín y pescadora estuvieron arriba el curioso matrimonio estaban frente a frente, con las manos apoyadas en las rodillas, jadeantes. Talos no dejaba de protestar.
- Cuando tu padre, tu querido padre (Athenea le guarde muchos años, hombre sensato donde los haya) me entregó a ti, tú eras una muchachita encantadora que recogía flores por las laderas de la acrópolis y ¿qué tengo ahora?, ¿eh?, ¿qué tengo?. Una especie de anguila eléctrica a la que no puedo quitar ojo porque no deja de hacer locuras, ¡eso es lo que tengo!
Pero Talos acabó tirando la toalla al ver las muecas de burla que le hacía su mujer en pleno discurso.
- ¡Bah! no se para qué me molesto -decía mientras se marchaba enojado- Lo que sí sé es que en una de estas, si a ti te ocurre algo, tu padre le va a hacer un sonajero a su nieta con mis pelotas -a lo que Irene repuso- Yo también te quiero cielo -sin dejar de hacer chirigotas con la nariz...y ¡qué nariz!
- Yo alimentaré los estómagos de la tropa ya que tú no te privas de alimentar sus instintos –Rezongaba Talos marchándose con la presa debajo del brazo y ostentosamente disgustado. Un poco arrepentida por haberse burlado del enfado de su esposo, decidió acompañarle un rato.
- ¡A trabajar, se acabó el espectáculo! -bramó enérgicamente.
Al pasar junto a un marinero observó que la miraba con la boca abierta y le atizó un buen sopapo en la nuca, mientras se alejaba digna como una diosa, le oyó decir: "Ella da más fuerte".
Finalmente encontró a su marido farfullando entre cacerolas. Se quedó en la puerta apoyando el hombro y la mojada cabeza contra el marco, le observó por un instante. Él no parecía darse cuenta de su presencia. Súbitamente notó que el suelo del barco se movía, el corazón le dio un brinco en el pecho. Se acercó a Talos en dos zancadas, le besó la nuca y susurró en su oído: No te enfades esposo, alguien tenía que pescar. Ahora vuelvo, debo comprobar algo.
Salió rápidamente de allí, recogió sus protecciones y armas antes de subir al puente de mando. Allí seguía Dafne, sonreía.
- Vengo a ver cómo entregas tu cuerpo a Eolo -le dijo con una carcajada mientras un suave viento revolvía sus flamígeros cabellos y el navío comenzaba su suave avance sobre aquel espejo dorado.
* * * * * * * *
- ¡TIERRA! ¡POR LA AMURA DE ESTRIBOR! ¡TIERRA A LA VISTA!
Una riada de griegos gritaba mientras corría a la proa del barco que no acababa de creerse lo que indicaba el vigía. Pero efectivamente, una delgada línea de blanca costa se perfilaba contra el horizonte a la derecha del curso que llevaba el trirreme. La chusma prorrumpió en gritos de alegría mientras se abrazaban y empujaban, subiendo por los cabos y las escalas para ganar un lugar de visión privilegiada.
Irene dio un empujón afectuoso a Dafne. - Lo sabías perra, desde el principio lo tenías todo calculado, las millas, los tiempos, los vientos y el momento preciso para lanzar discursitos a esos pobres diablos que sólo sirven a tus aviesos propósitos de enriquecerte para luego abandonarnos a nuestra suerte. Perra, más que perra -luego se abrazaron y Dafne cogió con las dos manos los carrillos de su amiga que dejaba caer unos lagrimones como piedras preciosas.
- Por mi vida que os amo a todos de la misma manera que os maltrato, por mi vida que os amo con toda mi alma, no digas eso que te arranco el corazón y se lo echo a los peces -después se volvieron a abrazar y gimieron como niñas pequeñas.
A medida que se aproximaban se iban definiendo las siluetas de la costa. Dos grandes brazos de arena blanca como la sal daban paso a un gran estuario que se introducía en el continente. Coníferas de gran tamaño se empeñaban en tomar la parte superior de las dunas de arena y se retorcían hacia el mar en un temerario intento de darse un remojón salado. Al fondo una cadena de montañas azules se descolgaba de las nubes tormentosas que ya tomaban el color cobrizo de las horas finales del día, descargando cortinas de agua aquí y allá entre los elevados cerros. La marea estaba baja y Dafne viraba noventa grados enfilando una pequeña playa que ofrecía cobijo entre dos salientes rocosos.
- ¡Arriad el trapo marineros! ¡Vamos a subirnos a remo al blanco vientre de esa bella hetaira! -gritó Dafne sonriendo a sus hombres que vitoreaban la audaz maniobra.
- ¿Quieres llegar hasta el oro con el barco arrastrando, Dafne? No vamos a tomar la playa, se supone que solo arribamos delicadamente a un continente nuevo -decía Ágatha divertida, aunque por dentro estaba deseando penetrar salvajemente aquellas tierras de misterio que llevaban siglos en el más absoluto secreto en el seno de la familia de Dafne.
- Yo cuando me siento a la mesa rebaño el plato, querida, lo sabes de sobra y a este pavo lo voy a trinchar hasta los higadillos -dijo respondiendo con una mirada con la que estaba desnudando a su mejor arquera, que se dio la vuelta sorprendiendo a Irene tapándose la boca para no descacharrarse de risa.
El trirreme embistió con rabia los arenales entre la algarabía de los soldados que saltaban al agua antes incluso de la salvaje arremetida, desperdigándose por los alrededores dejándose caer, besando la arena y dándose empujones unos a otros. Filipo contemplaba la escena desde la borda intentando comprender los comportamientos atávicos del género humano cuando alguien lo agarró por detrás lanzándolo al agua despiadadamente. Cuando salió a la superficie Irene sonriendo le saludaba con una mano desde arriba. - No descuides la retaguardia soldado, primera regla de combate.
Dafne abordó a su general que recogía sus pertrechos y se disponía a bajar de la nave.
- Ciros, acamparemos sobre esas dunas cuando la tropa acabe de rebozarse, después manda dos patrullas en oblicuo hacia el interior, pero que vuelvan cuando caiga la noche. Luego habrá un consejo en mi tienda para poneros al corriente de nuestros planes. Cuando suba la marea que Cassandro se lleve el barco al centro de la bahía con una escuadra de guardia. ¡Andando! -le dijo palmeando su espalda que más bien parecía un muro de contención.
Desde el interior de la tienda de Dafne la plana mayor del clan yacía reclinada cómodamente observando a través de la entrada el nuevo crepúsculo que le regalaba aquel nuevo paisaje. Los esclavos servían fuentes con frutas recogidas de los alrededores y el vino ligero era servido por Altaír y Sofía que bromeaban pícaramente con Ciros y Néstor.
- Altaír, nuevas tierras, nuevos candidatos para desposarse, no desesperes que al menos aquí te entregarán una suculenta dote -interpelaba Néstor, mordiendo una pera como el que muerde un asado.
- Muy gracioso borrachín, muy gracioso, te dejaré sangrando en cualquier camino en agradecimiento a tus desvelos por mí -dijo derramando deliberadamente el vino de su copa poniéndole perdido.
Sofía servía a su esposo clavándole la mirada. El guerrero apenas cabía en su asiento y no acababa de encontrar una postura que le conviniera. - No te preocupes cariño, ya encontraremos algo más cómodo por ahí, al final vas a echar de menos los sacos de trigo del barco? -el grandullón se sonrojó carraspeando y bebiendo nerviosamente por no devolver la mirada a aquella mujer que se empeñaba en enseñarle sus delicias agachada frente él, lo que provocó el alborozo general y algún que otro aullido.
La jocosa escena fue interrumpida de sopetón por un soldado que entró a la carrera dejándose caer de rodillas en la entrada. Todos se pusieron en pie de un salto.
- ¡Mi señora! ¡Mi señora! ¡Nos han atacado! ¡Unos espíritus del bosque!
- Pero ¿qué estupideces estás diciendo soldado? Dadle un trago de vino y que hable.
Ciros incorporó al joven y le ofreció un vaso, que apuró de una vez sin miramientos.
- Mi señora, íbamos siguiendo unas huellas, calculo unos diez hombres, descalzos, pero muy grandes, eran muy grandes y muy profundas -hizo una pausa para coger aire-. De repente ya no había huellas, desaparecieron ante nuestras narices y es entonces cuando recibimos una lluvia de flechas, pero no veíamos a nadie por ningún lado os lo juro. Retrocedimos detrás de los escudos pero hirieron a uno de los nuestros en una pierna. Le hemos traído a rastras hasta el campamento.
Dafne se agarraba la barbilla y paseaba delante del joven postrado mirándole con el ceño fruncido.
- Bien, vete y procura olvidar lo que os ha sucedido, mañana comprobaremos de qué materia están hechos tus espíritus, soldado -y mientras el chico se iba miraba pensativa a los demás calibrando la situación-. Vaya, no esperaba que nos dieran la bienvenida tan pronto. Ciros, dobla la guardia y al alba forma a la falange y a los arqueros con víveres para cinco jornadas, nos vamos de cacería. Arma a los remeros y que se queden guardando el campamento y los heridos hasta nuestro regreso, no pienso dejar que me pateen el culo en esta playa sin una respuesta después de salvar chapoteando todo el Mediterráneo.
- Pero, Dafne -le convino Néstor-, ni siquiera sabemos con qué nos enfrentamos. Deja que mande a cincuenta hombres para que valoren la situación y el resto que permanezcan aquí y monten una defensa en condiciones, parapetos y trincheras, quizá así aguant...
- ¡NÉSTOR! -cortó Dafne en seco mientras caminaba hacia él quedándose a dos dedos de su nariz- ¡Nosotros no aguantamos nada!, que aguante el enemigo. No nos vamos a quedar aquí escondidos como conejitos para que vengan y nos desuellen a placer. Mañana al Alba te quiero a ti y a tus tropas en perfecto orden de batalla dispuestos a cortarle sus grandes pies a esos emboscadores que no tienen agallas para enfrentarse cara a cara, ¿está meridianamente claro?
Néstor bajó la mirada- Sí... sí mi señora, se hará como decís.
- Estupendo, así me gusta -y sin dejar de mirar a Néstor- ¿Alguna sugerencia más? -el silencio fue la única- Pues todos a dormir con un ojo abierto, mañana le abriremos las tripas a este país que se nos intenta poner gallito.
Irene retrasó su salida con la intención de hablar privadamente con Dafne. Cuando todos hubieron abandonado la tienda se volvió hacia ella.
- Dafne -clavó los ojos en los ojos de su amiga y habló pausadamente utilizando un tono suave, incluso más bajo de lo que era habitual en ella-, comprendo que no podemos permitirnos una tropa asustada que cree en fantasmas. Nadie ha visto a esos arqueros del bosque y eso llevará a los soldados a inventar historias llenas de superstición, el miedo vence más batallas que las flechas. De cualquier modo ¿crees que adentrarnos en un territorio desconocido, con un montón de soldados armados sobre todo de imaginación, precedidos por el ruido de sus corazas, es lo mejor? Un soldado griego es un blanco fácil en ese bosque, se le escucha y se le ve desde muy lejos. Debemos encontrar el modo de pasar desapercibidos para enfrentarnos a esos hombres, porque hombres han de ser que los animales no tensan arcos. Buenas noches jefa.
Irene no esperó respuesta, dejó a Dafne digiriendo sus palabras y se marchó a descansar junto a su esposo.
El sol no había despuntado todavía cuando Dafne y Ciros pasaban revista a la tropa con gesto despreocupado. Cien hoplitas y treinta arqueros no es que fuera precisamente una fuerza de invasión, pero no parecían preocupar en exceso aquellas cifras a Dafne, que se acercó al soldado que entró la noche anterior a su tienda.
- Buenos días soldado, tú irás al frente con nosotros, nos llevarás hasta la entrada del bosque en el que encontraste aquellas huellas tan misteriosas, andando.
Caminaron del orden de veinte estadios entre bosques ralos y matorral desecado por el viento del sur, hasta que llegaron a un claro que terminaba en una línea de trescientos metros de espesa arboleda que les cortaba el paso. Dafne detuvo la marcha a una distancia prudencial y se volvió hacia Ciros torciendo la cabeza por encima del hombro con los ojos entornados y aburrido gesto.
- Y bien, general, ¿qué sugieres?.
Ciros miró alternativamente a Dafne y al bosque y sin pestañear señaló el verde muro de altos pinos- Quemémoslo.
- ¿Cómo dices general? -exclamó sobresaltada Ágatha subiendo las cejas hasta la altura de la nuca.
- Lo que oyes, el viento lo arrasará todo, que arda. Utilizan los árboles, por eso desaparecieron las huellas y no les caben nuestras sandalias. No creo que pesen mucho si se suben tan ágilmente y no serán muy grandes porque se esconden con facilidad entre el follaje. Seguramente iban cargados y se vieron sorprendidos por la patrulla, de ahí la profundidad de las huellas. Si no me equivoco llevaban algo a su cuartel general, que no debe andar muy lejos, de manera que si lo que tememos es hacer ruido eso es precisamente lo que debemos darles. Que arda todo en cuatro frentes separados por unos metros, mataremos lo que deje el fuego, no podrán esconderse y estarán muy entretenidos en tratar de respirar -terminó mirando a Dafne, que no había cambiado de postura. Ella asintió.
- Muy bien, ¿a qué esperamos? Cuatro escuadras cubiertas por los arqueros. -se dio la vuelta con las manos a la espalda mirando de reojo satisfecha a Irene, cuando reparó en Filipo que la miraba perplejo desde la primera fila de batalla detrás de Talos.
- ¡Hombre, soldado! -le dijo amistosamente- ¿Vas adaptándote a la vida castrense? Me he enterado de que estás escribiendo nuestras hazañas. Quiero que vengas a mi tienda cada noche, solo cambiaré un párrafo de cada cuatro -le dijo sonriendo.
Filipo empezó titubeando, pero Talos se volvió rápidamente destrozándolo con la mirada.
- Sí... Sí, mi señora. Me va muy bien aquí, mejor que fregando platos. En cuanto a su recomendación agradezco su ayuda y haré lo que me pide. Muchas gracias.
Dafne le miraba extrañada y dio una palmada por detrás a su jefe de escuadra- Buen trabajo capitán, buen trabajo.
Pasadas dos horas empezaron a avanzar entre las cenizas, no encontraron más que cadáveres de animales salvajes entre los troncos caídos de los grandes pinos. Al llegar a una gran hondonada les pareció haber descendido de cabeza en el hades. Decenas de chozas que al parecer estaban construidas a cierta altura se habían desplomado con sus habitantes en el interior, que se habían negado a abandonarlas y prefirieron inmolarse dentro que vivir en el exilio forzado. Los guerreros de no más de dos pies de altura y pies prensiles no tenían más armas que arcos, flechas y jabalinas y no hacían la suma de sesenta. Acababan de arrasar un campamento de cazadores y sus familias que posiblemente tan sólo se asustaron de la imponente fachada de los hoplitas.
Un silencio fúnebre envolvió a las tropas mientras se internaban en aquel infierno en vida. Dafne le dijo a Ciros que los sacara de allí cuanto antes y siguieran la marcha por el cauce del río que bajaba hacia el norte. Irene pasó junto a su amiga que se había detenido junto a los cadáveres de una familia al completo, una madre abrazaba a su bebé muerto y por su postura trataba de protegerlo de las llamas.
- Es la primera batalla que ganamos sin tan siquiera librarla y casi prefiero morir dos veces que volver a vivir algo parecido -y se marcho tras los arqueros.
Dafne se quedó sola mirando al suelo y pensando: “Al final el gran Aquiles va a tener razón. Cuando estamos con los mitos, es cuando más solos estamos”. Se derrumbó de rodillas llorando amargamente.
CAPÍTULO 5: ¡Hacia el norte!
Dafne estaba honrando a los dioses en un pequeño altar instalado en su tienda vestida con una larga túnica de seda azul cuando Filipo se presentó ante la guardia con sus papiros enrollados. Se detuvo en el umbral respetuoso hasta que ella terminó y se dio la vuelta reparando en su presencia.
- Creo que vengo en mal momento, quizá más tarde se más oportuno...
- No, Filipo, pasa y siéntate, te agradeceré algo de distracción en esta noche sin luna en la que los dioses nos han negado hasta la visión de la leche de Hera en el firmamento en este bosque tan cerrado.
Filipo se sentó frente a una pequeña mesa en la que Dafne despachaba habitualmente los problemas que iban surgiendo en la intendencia con sus consejeros. Desplegó sus pergaminos y Dafne empezó a leer con curiosidad.
- Veo que has empezado tu relato bajo las columnas de Heracles, te contaré algo que quizá te sirva como antecedente a nuestro viaje, pero no ha de salir de estas cuatro paredes, ¿comprendido?
- Si mi señora, lo comprendo, nada se hará público hasta que esta expedición llegue a buen puerto y con tu autorización.
- Correcto. Verás, de sobra sabes que los griegos, ya seamos de Atenas, Esparta, Corinto o Mesenia no movemos un dedo en empresas importantes sin antes pedir consejo al Oráculo de Delfos, así se ha hecho desde tiempo inmemorial y así respetamos a Apolo y Dionisos, dueños absolutos de ese enclave. Pues bien, mucho antes de partir de Eleusis yo hice ese viaje para preguntarle a la Pitia qué destino le esperaba a nuestra aventura, y tras hacer un sacrificio en el templo entré en la oscura cueva donde se hallaba, los sacerdotes de Delfos interpretaron su mensaje y me lo transmitieron. El confuso mensaje fue "conócete a ti misma".
Filipo pensativo trató de engarzar dentro de su mente los eslabones del pasado de la familia de Dafne con los motivos de su jefa de clan para adentrarse en tan peligrosa empresa y cambió una mirada de asentimiento con Dafne que le escrutaba por encima de un pergamino que leía mientras hablaba con él.
- Ahora comprendo, mi señora, porqué los dioses nos han sido propicios en todos los obstáculos que hemos encontrado hasta el momento, cuando fuimos los únicos que salvamos la piel en aquella tormenta en el estrecho de Mesina, en los enfrentamientos con los piratas y los grifos y en el feliz desembarco en estas costas de promesas. Ahora lo entiendo.
- Exacto soldado, el conocimiento del pasado de nuestro clan y ponerme a prueba como punta de lanza en este viaje es la respuesta del acertijo que la Pitia me transmitió en el santuario. No me mires así, sé que esto sería un buen acicate para las tropas y que espantaría de una vez por todas los demonios que constantemente pasean por sus pensamientos, pero quiero que confíen en mi como confían en sus dioses, además, saben de sobra que yo no habría puesto un pie en el trirreme sin el beneplácito de Zeus. Ahora ya tienes material para tu relato, que Talos lo ponga a buen recaudo de miradas inoportunas cuando empuñes las armas y... Filipo, espero que abandones esas ideas tuyas reaccionarias sobre la locura de nuestros actos. Nuestros dioses al fin y al cabo son los tuyos, te debes a tu pueblo que te acogió con los brazos abiertos y aquí nos vamos a necesitar todos, ¿entendido?
- Si, Dafne, comprendido y gracias por tus palabras, en ocasiones puedo llegar a ser insoportable, pero desde luego no soy un traidor, buenas noches mi señora.
- Buenas noches soldado.
Pero Morfeo no vino a acunar los sueños de Dafne aquella noche. Confusas imágenes se entremezclaban en su turbulenta mente mientras se agitaba en el lecho con los ojos cerrados pero inquietos y todo su cuerpo sudoroso delataba el malestar interior que recorría todo su ser.
Cruzaba con Caronte la laguna Estigia y un minotauro de horrible aspecto con las fauces abiertas le esperaba al otro lado, tenía los ojos de leopardo carentes de vida y compasión y babeaba sangre por su enorme boca, que al acercarse la engulló notando como crujían todos sus huesos.
De súbito se encontraba en el océano, al pie del timón del trirreme rodeada por la calma más absoluta. Irene estaba frente a ella de espaldas y la brisa removía sus cabellos dorados. Abajo, en la cubierta, los marineros reían y jugaban a los dados. Miró hacia la popa y vio a toda su flota navegando tras ella y esa imagen le reconfortó, pero al volver la vista al frente los marineros señalaban asustados en dirección al rumbo que seguían. A menos de una milla de distancia unas extrañas nubes verticales tomaban siniestras formas y simulaban los rostros de los hombres a los que ella quitó la vida en tantas batallas y una ola de no menos de veinte pies de altura avanzaba rápidamente en su dirección, arrojando espuma y dejando peces muertos a su paso.
Dafne trató de chillar a Irene pero su amiga permanecía quieta mirando al frente, como si no la oyera. Desesperada se volvió hacia el resto de los barcos haciendo señas para que arriaran el trapo y corrieran la tormenta con el mismo resultado. Viró ciento ochenta grados y la gran ola alzó el barco hasta su cresta deslizándose después a gran velocidad por la fuerte pendiente. Vio pasar al resto de los barcos en dirección contraria, ascendiendo y saltando en el aire tras coronar la cúspide de aquella impresionante montaña de agua. Después cayeron al otro lado y desaparecieron. Dafne se dio la vuelta y se encontró con el rostro de Irene pegado al suyo, pero tenía los ojos hundidos y el pelo le caía por la cara. Habló sin mover los labios con una voz que parecía salida del Hades.- Están todos muertos por tu culpa…por tu culpa…por tu culpa! -Un eco infinito la despertó empapada en sudor, respirando con fuerza, tardó en descubrir que estaba en su tienda. Se levantó y temblorosa cogió de su altar una pequeña figura de Atenea, la diosa protectora de su pueblo, se arrodilló hablando consigo misma mientras se acunaba dulcemente
– No han muerto, no han muerto, yo les vi entrar en aquella bahía, no pude seguirles, pero no han muerto, están todos bien.
--------------------------------------------
Despuntando el día ya estaba en marcha el grueso de las tropas con una pequeña escuadra mixta de arqueros y hoplitas que se había destacado en vanguardia para evitar emboscadas y poner sobre aviso a Dafne en caso de encontrar cualquier tipo de problemas en el avance por la orilla de aquel inmenso río. Sofía y Ciros se detuvieron un momento a observar una bandada enorme de aves esbeltas de color blanco y rosa, de largo cuello y esbeltas patas. Su pico asemejaba un pequeño cuerno boca abajo y parecían usarlo para filtrar el agua de la marisma y cazar pequeños crustáceos. A medida que avanzaba la tropa levantaron el vuelo asustados y el espectáculo de ver a cientos de aves recortadas contra el cielo azul fue impresionante.
- Qué pueden ser cariño? jamás había visto nada igual en mi vida... No se, pájaros rosas, grandes y rosas -. Ciros siguió andando como si no hubiera visto absolutamente nada. - Desde luego cielo, cuando me casé contigo no fue precisamente por tu sensibilidad -. Comentario que provocó la risa de más de uno que por allí pasaba.
Un soldado se apresuró hasta donde marchaba Dafne. - Mi señora tengo que hablaros... Adelante soldado - Dijo Dafne sin detenerse. - Veréis, soy uno de los compañeros de la patrulla en la que resultó herido uno de nosotros. Al extraer la punta de la flecha me llamó la atención el metal con la que estaba forjada porque era de color oscuro y de una dureza mayor que la de las nuestras -. El veterano hoplita dio a Dafne el objeto y prosiguió. -Ayer en el poblado volví a fijarme y las jabalinas estaban hechas del mismo material, pero como me parecía que no era el momento no he querido deciros nada hasta hoy, además yo...encontré esto-. Y metiendo la mano en su bolso sacó un colgante de oro. - Iba a quedármelo pero yo...no se cómo explicarme...yo..no... - Descansa soldado - dijo Dafne poniendo una mano en su hombro -Estáis en vuestro derecho de cobraros el botín sobre el terreno conquistado, pero te agradezco que me lo digas, eso quiere decir que estamos en el camino correcto. Parece una especie de dragón con forma de serpiente descendiendo por una montaña, no te parece?. Si, mi señora, es de gran belleza. Toma, quédatelo, por tu honradez, y vuelve a tu escuadra, hablaré con el herrero esta noche cuando nos alcance la columna de intendencia -.
Dafne daba vueltas en su mano a aquella punta de flecha. De aquel territorio inhóspito parecían brotar todo tipo de metales como las hortalizas de su huerto y tenía que descubrir un enigma más. Aquel metal endurecido en una fragua podría ser el arma definitiva para los anhelos de su pueblo en la conquista del sur del Egeo.
Marcharon todo el día pero no ganaron gran cosa en línea recta porque se vieron obligados a rodear marismas y cenagales. Al caer la tarde llegaron a la base de un promontorio en el que se detuvieron para despojarse de sus corazas y descansar a la sombra de las encinas, dejando correr por los sudorosos cuerpos la brisa marina que todavía entraba en el continente. Talos admiraba las atléticas formas de su mujer apoyado en el tronco de aquellos fabulosos y centenarios árboles.
-Irene! a qué distancia enviaste a tu último contrincante en Olimpia? -. El cansancio de la tropa dio paso a un jolgorio general. Irene sonriendo y sin volver la vista a la chusma enfervorizada le contestó. - A la misma a la que te voy a mandar a ti esta noche, pucheritos!-. Talos aullaba entre las carcajadas de su escuadra, incluido Filipo, que vio la oportunidad de resarcirse del chapuzón del día anterior. -Irene!, espera que estoy escribiendo. Cómo se traduce pucheritos al macedonio? -. La ofendida se dio la vuelta y sacó su espada apuntando al lenguaraz extranjero. -Creo que antes de que acabes tu patética historia Ciros y yo vamos a hacer escabeche de macedonio, o mejor aún, lengua de listillo asada-. Y volvió a envainar teatralmente.
La patrulla que iba en vanguardia regresaba con uno de los guerreros en una improvisada camilla. Todos se alertaron y se pusieron en pie de golpe. Dafne se adelantó unos metros para recibirles. -Qué ha sucedido soldado?-. El más veterano que no parecía demasiado preocupado señaló hacia la base de las montañas. -Mi señora, hemos encontrado un arroyo cinco estadios más adelante por el que descendían las aguas de color rojizo, no sabemos el porqué -. Dafne miró al herido y preguntó de nuevo. -Y a éste que le ha pasado?... Pues que su cabeza tropezó con mi puño cuando dijo que el arroyo bajaba ensangrentado, ya estamos hartos de cuentecitos -. La preocupación dio paso al carcajeo de la tropa al completo.
Dafne se recomponía como podía. - En fin, que duerma el bocazas y mañana iremos a ver qué sorpresas nos depara el futuro. Ciros! acampamos!, ya no soy capaz de tomarme nada en serio con la pandilla de bufones con que me toca luchar -.
Amaneció con grises nubes de tormenta sobre las cumbres que les cortaban el paso hacia el norte. Dafne miraba junto a la orilla el serpenteante arroyo cobrizo que ascendía por la empinada ladera. Se volvió hacia el soldado que le había enseñado el colgante de oro. -Déjame otra vez esa joya guerrero, te la devolveré enseguida-. Acariciando aquella maravilla de orfebrería la mirada de Dafne iba del colgante al arroyo, cuando Irene se acercó con curiosidad. - Qué te traes entre manos amiga mía?, cada vez que frunces el ceño se avecinan problemas -. Dafne enseñó el colgante a Irene y luego señaló la escena que tenían delante, después con gesto preocupado miró a su amiga. - Sólo espero que el dragón sea únicamente fantasía del artesano que hizo esta joya-.
CAPÍTULO 6: la ira de Gea
El camino de ascenso en seguida se hizo prácticamente una escalada y cuando se puso a diluviar terminaron subiendo por una empinada trocha embarrada arrastrando los pertrechos penosamente con cabos de repuesto del barco. Poco tiempo después no se diferenciaban rangos ni sexos, todo era una masa humana rebozada en vegetación y tierra de color rojizo en un sanguinolento avance cuesta arriba.
Dafne consiguió agarrarse por fin al último obstáculo rocoso, y al asomar la vista al otro lado se encontró con dos piernas que le ocultaban el paisaje. Sin posibilidad de defensa alguna levantó la mirada y un anciano empapado cubierto con un manto blanco y portando un gran bastón retorcido le sonreía y extendía los brazos. - Bienvenidos a nuestra aldea viajeros de Grecia, habéis tardado mucho en volver, pero sabíamos que antes o después regresaríais-. Empapada como estaba Dafne consiguió incorporarse sin saber muy bien qué responder, de hecho le faltaba el aire por tan horrible ascensión, así que dijo la primera estupidez que le pasó por su mente. -Hablas nuestra lengua?-. El anciano le contestó sin dejar de sonreír con la expresión más amable que jamás había encontrado antes Dafne. - No solo eso mi querida guerrera, durante generaciones hemos transmitido vuestras costumbres y vuestra sabiduría a nuestros descendientes, no me ha sido difícil a pesar de vuestro aspecto reconocer vuestra vestimenta y las armaduras que portáis -. Irene, Ágatha, Ciros y Talos ya se habían unido sorprendidos al recibimiento que les hacía el pálido jefe de un pueblo que de momento no veían por ningún lado.
-Este no es lugar para conversar. Seguidme extranjeros, os llevaré a mi aldea y allí podréis comer y recuperaros de tan penoso ascenso, reconoceréis que es un buen disuasorio para tribus belicosas que habitan en el valle - dijo el anciano haciendo un gesto con el bastón como quién abre una puerta al olimpo en la tierra. Cuando empezó su pausado caminar Dafne se volvió a Ciros haciéndole ver que no se fiara de momento de tanta amabilidad y estuvieran alerta.
Caminaron por una pendiente, desembocaron en un sendero que inmediatamente les obligaba a ascender de nuevo por una cresta que presagiaba una hondonada al otro lado, pero al ganar la loma se quedaron petrificados con la visión que se les ofrecía los ojos. Enormes columnas erosionadas por la lluvia y las inclemencias del tiempo dejaban traslucir miles de vetas doradas del preciado metal que ni siquiera las nubes que descendían a toda prisa empujadas por el viento de tramontana conseguían apagar. Un poco más allá, en un entrante artificial que horadaba la montaña la lluvia oxidaba moles enteras de un metal oscuro que no habían visto antes. El óxido se derramaba por las acanaladuras de las rocas y era de un color rojo muy vivo, casi como la sangre humana.
- Ahí tenemos las fauces del dragón Dafne - Dijo Irene sin salir de su asombro mirando temblorosa a su amiga de la infancia reparando en que tenía la boca abierta, parecía haberse olvidado por un instante infinito de que llovía a mares y le cerró la mandíbula inferior. - Por Zeus, Afrodita y todos los dioses que quepan en el Olimpo y en el Hades!- dijo Dafne resbalando hacia delante, suerte que Ciros la agarró a tiempo, porque tenían cuarenta metros de caída por un pedregal a solo un paso. Ágatha acertó a mirar al anciano que no parecía espantarse de nada. -Ya habrá tiempo, ya habrá tiempo, ahora comer y descansar, comer y descansar, por aquí, seguidme, a prisa!-. No está muy claro lo que el abuelo entendía por prisa, porque iban estorbándose unos a otros en fila india por aquella cresta que no admitía errores de cálculo tras el paso cachazudo del que iba en vanguardia. Pero al fin salieron a una pequeña vallejada rodeada de praderías que acogía en su mitad como un niño un preciado tesoro entre las manos una aldea de no más de treinta chozas. De ellas brotaban sus habitantes a toda prisa vestidos de vivos colores y dirigiéndose hacia los recién llegados.
Una multitud de niños que aparentaban tener una salud de hierro corrían delante dando gritos de bienvenida en una extraña lengua y cuando llegaron a la columna de soldados se acercaron con curiosidad tocando su vestimenta y saludando con la mano en el pecho, desfilando a su lado sin dejar de reír y haciendo que luchaban entre ellos. - Los echabas de menos cariño? decía Sofía colgándose por detrás del cuello de Ciros, que gruñía dejándose hacer -.
Acamparon a pocos metros de la aldea esta vez con muchas manos de ayuda. Cuando cayó la noche dejó de llover y pudieron observar el firmamento como nunca lo habían visto antes. Con el cielo limpio se multiplicaban las estrellas a ojos vista y Venus lucía en todo su esplendor casi a tiro de piedra, daban ganas de agarrar la estrella errante y meterla en el bolsillo.
Los aldeanos habían tirado la casa por la ventana, encendiendo una gran hoguera alrededor de la cual se disponían mesas para un gran banquete de bienvenida. La proverbial organización de aquellas gentes que se movían como hormigas habría sido la envidia de cualquier ejército de la Hélade. Néstor luchaba como uno más con los niños que trataban sin éxito de tumbar en el suelo al descomunal griego mientras Altaír hacía las delicias de otro grupo vendando sus extremidades y dando masajes sin cesar, en un improvisado hospital de campaña. Dafne y la cúpula del poder Eleusino hacían entrega de un regalo de su pueblo al anciano que les había llevado hasta allí. -Creo que va siendo hora de las presentaciones. Yo soy Dafne, jefa del clan de los Athenienses y del pueblo de Eleusis en el Ática. A mi derecha Irene de Athenas, mi lugarteniente y consejera política, mi general en jefe Ciros y los comandantes de hoplitas y arqueros en el ejército Talos, Ágatha y Néstor, que es el que está allí debajo de la montonera de niños -. Reía el anciano mientras recogía el presente, Dafne continuó. - Os hago entrega en agradecimiento por vuestra hospitalidad del estandarte de nuestro clan, Gracias por todo amigo mío, nos honra sobremanera vuestra compañía y vuestro afecto en esta expedición-.
Le llegó el turno al anciano.- Mi nombre es Agalis, que en mi lengua significa "el que vuela lejos". Este es mi pueblo, Odilia y estas son mis gentes de buen corazón. No tenemos ejército porque no luchamos contra nadie ni queremos hacerlo. Agradezco vuestro regalo. Haces honor a tu estirpe desde que nos vimos esta tarde, en seguida me di cuenta de tu buena fe y disposición para con los míos. Sois bienvenidos a estas tierras, quedaos cuanto queráis y sentíos como en vuestra casa-. Intercambiaron una pausada reverencia y dio comienzo el festín.
Sentados a la misma mesa Agalis y Dafne debatían amistosamente sobre lo divino y lo mundano. -Y dime Agalis, estoy algo perdida, cómo es que teniendo como teneis tan cerca esas riquezas no las explotáis?. Podríais ser la mayor potencia comercial y militar del mundo conocido, no existirían fronteras que resistiesen vuestro desarrollo y vuestra expansión por muy descabelladas que fuesen esas ambiciones-. Agalis sonrió comprensivo. - Sabía que me harías esa pregunta, vivimos en un rincón en tierra de nadie y es comprensible que me la plantees. Hace muchas generaciones mi pueblo explotaba esas y otras minas que hay en la región y era próspero comerciando con países muy lejanos, tierras que quedan a muchas millas por mar hacia el norte y hacia el oeste de lo que puedas imaginar jamás, pero con el tiempo nuestros gobernantes se envilecieron por sus (como tú lo llamas) ambiciones personales y olvidaron que se debían a los suyos. Casi toda nuestra civilización pereció en guerras intestinas por el control de los recursos metalúrgicos, solo unos pocos sobrevivieron y marcharon al interior, exiliados de si mismos, avocados al olvido de lo que pudo ser y no fue, asqueados del poder y la corrupción. Mira a mi pueblo, quizá no tengamos más que el pan y lo que Gea nos entrega generosamente, pero somos libres, libres de elegir nuestro destino sin que un saco de oro decida por nosotros. Es una elección tan valida como cualquier otra. Lo comprendes?.
Dafne no daba crédito a lo que oía, pero asintió respetuosamente. -Agalis, hablas de Gea, tenéis un dios en la tierra? O rendís culto a muchos dioses como nosotros?...Verás Dafne, Gea no es un dios en la tierra, es la tierra, cuanto nos rodea y está bajo nuestros pies, la energía que lo une todo y lo conforma todo. A ella volvemos al morir, en las cenizas de vuestras pilas funerarias y en el enterramiento que nosotros tenemos como rito al final de nuestra andadura. No tenemos más dioses que ese y a ella nos debemos, porque todo nos lo da, el asado que degustas, el vino que bebes y los animales y plantas que nos sirven de sustento-. Comprendo dijo Dafne pensativa, es un buen dios, menos cuando se enfada en alta mar-. Rieron ambos dejándose llevar por los efluvios del vino que Gea les otorgaba aquella noche donde el tiempo parecía ralentizarse entre las danzas de aquellos hombres y mujeres, niños que corrían felices entre las mesas de los comensales y las notas melíferas de la khitara de Altaír.
Nestor estaba sentado junto a Filipo con la mirada perdida y el semblante serio, parecía que la fiesta no iba con él. –Nestor, te noto extraño, de hecho apenas has apurado tu primera copa de vino y no has probado el jabalí asado, algo te ocurre, qué es? -. El bravo guerrero le dedicó una breve sonrisa mientras acariciaba su copa con el dedo pulgar. – Mira esos niños Filipo, sin más preocupaciones que alimentarse y jugar bajo las faldas de sus madres. Cuando yo tenía su altura todas las mañanas mi padre me sacaba al atrio de nuestra casa, me daba una espada y un escudo de madera y me enseñaba a luchar. Me decía que no existía la gloria y el reconocimiento social sin sufrimiento, sin sangrar en el campo de batalla. Me golpeaba si dejaba un flanco abierto y me felicitaba si lograba dar una buena estocada. Contemplando a esos muchachos veo que hay otras vidas posibles, no somos el ombligo del mundo en posesión de la verdad absoluta, ni mucho menos y hay tanto mérito en convertirte en un cazador que consigue sacar adelante a su familia como en la conquista de éste o aquel territorio -. Filipo, conmovido por el arranque místico del bruto habitual le puso la mano en el hombro. –Amigo mío, somos nosotros y nuestras circunstancias, pequeños puntos en el infinito de este universo en el que nos ha tocado nacer, como guerreros, esclavos, exiliados o cazadores. Lo importante no es lo que te ha tocado ser ni lo que es mejor o peor a ojos de los demás, sino acostarte cada día pensando que hiciste lo correcto -.
Decidieron quedarse tres días más durante los cuales Dafne daba largos paseos con Agalis acompañados de Filipo, que daba fe de las conversaciones con el fin de que todo quedara reflejado en el diario de viaje que estaba redactando. La tarde del tercer día descansaban en un promontorio desde el que se divisaba la aldea y el mar a lo lejos. Dafne no pudo esperar más e interrogó a su contertulio. - Agalis, necesito saber algo. En el valle uno de mis soldados recogió una punta de flecha confeccionada de un metal de extremada dureza, desde luego mucho más de la que tienen nuestras armas y escudos. Sabes tú el secreto de la fragua de dicho metal? -. Agalis sonrió como era ya costumbre en él ante las preguntas de Dafne. - Es el mismo metal que utilizamos para nuestras armas de caza. Verás, viste aquel metal gris plateado que sangraba en el profundo corte de la montaña junto al yacimiento de oro?- Dafne asintió - Pues lo fundimos y lo sometemos a un proceso de refinado, es decir, que separamos el metal de las impurezas que contiene. Luego lo vertemos en los moldes adecuados y es tan sencillo como eso, nada que difiera del proceso que seguís vosotros en la obtención del cobre - Dafne miró al suelo pensativa y siguió adelante. - Agalis, crees que nosotros podríamos explotar esas m...
La tierra bajo sus pies dio una tremenda sacudida que hizo que los tres se desplomaran en el suelo brutalmente, como si alguien hubiera cogido el continente desde la costa y lo hubiera agitado cual si fuera una sábana. Se pusieron en pie como pudieron entre vaivenes del terreno sujetándose unos a otros tratando de no caer. Al cabo de unos segundos el temblor cesó y respiraban agitadamente mirando con preocupación hacia la aldea desde la que llegaban gritos de terror y voces de los soldados. - Vamos! - dijo Dafne agarrando a Agalis de la mano y comenzando a descender. - Filipo!, adelántate y di a Ciros que forme a las tropas en el centro de la aldea! corre!- Filipo corrió ladera abajo saltando entre las matas de artemisa, salvando rápidamente la distancia que les restaba hasta el campamento griego. Cuando Dafne llegó con Agalis procuró calmar a la población que había salido de sus chozas de piedra y brezo debido a que dos de ellas se habían desplomado.- Hay heridos? estamos todos bien? - dijo mirando a Ciros, que asentía nervioso haciendo recuento de las tropas.
-Agalis, creo que hemos despertado la Ira de Gea, no te preocupes, estamos acostumbrados en Grecia a este tipo de enfados de la naturaleza-. Pero un rumor bajo sus pies al principio imperceptible se fue transformando en agitación y luego en temblor, como si la tierra fuera a vomitar toda su fiereza por los comentarios de Dafne. Lo que sucedió a continuación hizo que todos se agacharan y se cogieran la cabeza para protegerse, tal fue su violencia. A dos leguas de allí en la cima de la cordillera una de las cumbres estalló en pedazos lanzando rocas, ceniza y polvo a la atmósfera, la columna de materiales alcanzó rápidamente gran altura y empezaba a precipitarse de vuelta a la tierra en todas direcciones. Una lengua de roca fundida empezaba a descender rápidamente desde el cráter del volcán por la ladera en dirección a la aldea.
Cuando se incorporaron aterrorizados contemplaron durante unos segundos interminables aquella columna de fuego y piedras. Dafne cogió del brazo a Irene. - Este si que es nuestro dragón-. Y fue como siempre Dafne la que los bajo de golpe a la realidad.- Hay que salir de aquí cuanto antes!. Ciros! que nadie, te repito! nadie se mueva hasta que no acabe!. Agalis, mírame, tenemos que evacuar la aldea, esto va a ser el Hades en la tierra en pocos minutos. Sabes de algún lugar donde podamos refugiarnos?-. Agalis sudaba profusamente mientras trataba de buscar opciones mirando al suelo.- Si! hay una cueva que utilizamos para recoger el ganado en invierno!, no queda lejos de aquí bajando por aquel camino en dirección al bosque. Que alguno de los hombres de la aldea os guíe, pero, y los niños? los ancianos? no conseguirán llegar a tiempo!-. Dafne le agarró de los hombros y le miró fijamente.- te aseguro que llegarán a tiempo. Ciros!, abandonad las armas!, de poco nos van a servir ahora. Que los soldados cojan a los niños y los ancianos y dejaros guiar hasta una cueva monte abajo!. Y que las mujeres os sigan! adelante! se acaba el tiempo!-.
Un trueno sonó bajo los pies de Dafne, Agalis, Ciros y Filipo que se habían quedado retrasados y la tierra se abrió bruscamente abriéndose una grieta que en pocos segundos alcanzó varios metros de anchura mientras una lluvia de piedra pómez empezaba a caer sobre ellos. Agalis recibió un fuerte golpe en la cabeza y cayó al suelo desplomado. -Agalis! Agalis! gritaba Dafne intentando protegerle con su cuerpo de los proyectiles que caían. Ciros resbaló por un bloque desgajado y quedó sujetado por los codos a punto de caer al vacío, donde un río de lava ardiente empezaba a deslizarse en el fondo. Intentó subir de nuevo pero solo consiguió resbalar más, abriendo los ojos aterrorizado viendo tan de cerca su propia muerte. Filipo se arrojó al suelo a tiempo de impedir la caída agarrándole por un brazo. Luego mirando a Dafne gritaba-. - Marchaos de aquí o moriréis los dos! marchaos ahora mismo!-. Dafne recogió a Agalis del suelo y empezó a correr en dirección al camino de bajada.
Filipo apretaba los dientes mientras sujetaba a Ciros que al final consiguió escalar por el brazo del pequeño hoplita salvándose de una muerte certera. Cuando se incorporaron le miro estupefacto.- Qué estás mirando maldito grandullón? vámonos de este infierno ahora!-. Le espetó Filipo agarrándole de la pechera y empujándole para que empezara a correr.
Cuando Dafne llegó a la cueva entró rápidamente y dejó a Agalis inconsciente en el suelo-. Traed agua! rápido!- Un soldado con una cantimplora de barro acudió presuroso y se la dio a su jefa. Con suma delicadeza Dafne incorporó al anciano que respiraba con mucha dificultad y le dio un sorbo, lo que provocó inmediatamente que tosiera débilmente. Dafne sonrió mientras Agalis abría pesadamente los ojos. -Tienes la cabeza dura Agalis, ya estás a salvo y tu pueblo también. Ya pasó todo-. Agalis esbozó una sonrisa y habló susurrando casi sin fuerza.-Dafne, cuida de mi pueblo en adelante, yo...- Pero no pudo seguir porque la tos se lo impedía. -No vas a morir Agalis, te lo prohíbo, yo decidiré cuando has de hacerlo y hoy no te ha llagado la hora, me oyes?. Ahora descansa-. Y le procuró una almohada confortable mientras Agalis cerraba los ojos y respiraba con cierta tranquilidad.
-Dafne, donde están Ciros y Filipo?- dijo Irene preocupada.-Dafne miró al exterior donde caían rocas de todos los tamaños y ceniza cubriéndolo todo, luego negó con la cabeza-. No creo que lo consigan Irene, lo siento. Es muy posible que se hayan perdido si han conseguido salvarse de caer por aquella grieta, créeme que lo siento-. Irene miraba aquel infierno tratando de buscar una posible salvación para sus amigos y solo encontró la desesperanza ante las vengativas y súbitamente desatadas iras de Gea.
Una hora después cesó la erupción, nubes de ceniza en suspensión flotaban en el aire y el olor a azufre lo inundaba todo. Dentro de la cueva los cenicientos habitantes de Odilia abrazaban a sus hijos sentados contra las paredes y los soldados iban de aquí para allá repartiendo improvisados pañuelos para que todos se taparan las fosas nasales. Irene yacía sentada con las piernas encogidas mirando hacia la entrada de la cueva y abrazada por Talos en un rincón al fondo del salvador refugio.
Al principio fue una sombra difuminada entre las volutas de humo, luego dos espectros se fueron perfilando contra el fondo gris del cielo inexistente. Irene levantó la cabeza, se frotó los ojos llorosos por la ceniza y al recuperar una visión un poco más nítida Ciros Y Filipo con los rostros tapados se hallaban en el umbral de la entrada sujetándose el uno al otro por los hombros entre los gritos de alegría de todos los presentes. Irene se levantó de un salto y corrió para cerciorarse por el tacto de que aquello estaba ocurriendo y no era un mal sueño.- Estáis...estáis....vivos!- y se abrazo a Filipo que casi se desploma del empellón. - Cómo lo habéis conseguido? .- Ciros de quitó el pañuelo que le tapaba y mirando a su salvador dijo. - Este asesino encontró una vaca enorme y la mató de un tajo en el cuello, luego abrió su vientre y le sacó las tripas como el que destripa un conejo. Nos metimos dentro apretados para protegernos de la lluvia de piedras y nos tapamos la boca para poder respirar, eso nos salvó-. Filipo se quitó el pañuelo y le devolvió la mirada a su general. -Antes de ser un soldado inútil trabajé en la granja de mi padre, animal!, así que por una vez cállate la boca que estás delante de una dama respetable-. Todos rieron satisfechos y dieron agua a los recién llegados devueltos al mundo de los vivos por la astucia macedonia de aquel soldado de tres pies de altura.
Irene y Filipo caminaban hacia el interior bromeando cuando una voz les sorprendió por la espalda. A donde crees que vas soldado?. Se dieron la vuelta y Dafne les miraba con los labios apretados y fruncido el ceño mientras jugueteaba con su daga cogida por el filo. Filipo la miró en inclino la cabeza. -Mi señora-. Dafne se acercó despacio relajando el gesto y mordiéndose el labio inferior. -Últimamente estoy recibiendo muchas lecciones del destino que se manifiesta de las formas más sorprendentes...Toma, quédate con esta daga y que se vuelva contra mi si alguna vez vuelvo a intentar quitarte la vida-. Y se fue al exterior donde tímidamente empezaban a salir las temerosas gentes de Odilia.
Irene miraba sonriendo a Filipo. -Ven a sentarte con nosotros, héroe de leyenda, que entre tú y yo vamos a matar a disgustos a mi pobre marido. Mírale, que no da pena?-. Y entre risas ganaron un merecido descanso a la peor jornada de su vida.
CAPÍTULO 7: ¿Eleusis?
Descansaron todos como buenamente pudieron al abrigo del entrante rocoso, las familias entrelazadas cerca de las hogueras para huir del frío nocturno y los soldados amodorrados con el miedo todavía metido en el cuerpo, temiendo que se repitiera el caótico episodio de la tarde anterior. Pero no fue así, despuntando el alba una brisa limpia que venía de la costa había despejado el aire exterior, no así el silencio que devoraba todo en el cementerio que les rodeaba por completo, transportándoles en un solo día del paraíso al averno como por ensalmo.
Dafne trataba de incorporar a Agalis y le obligaba a beber una sopa caliente de carne de aletas de tiburón desecadas, un pequeño manjar que reservaba de una afortunada captura en el viaje.-Vaya Dafne, parece que tu destreza no solo está en la punta de tu espada, donde aprendiste a cocinar así?...El secreto está en la calidad de los alimentos y en los capones que te de una madre por hacerlo mal, Agalis. Bebe, que tienes que recuperar fuerzas, tu pueblo te necesita y aquí no podéis estar por mucho tiempo, esta tierra a partir de ahora está muerta y no dará frutos en varias generaciones-.
A mediodía ya estaba todo dispuesto para la partida. Agalis viajaba en camilla transportado por dos de sus hombres y una riada de ciudadanos mezclada con hoplitas, arqueros y niños ascendía lentamente de vuelta a la aldea o lo que pudiera quedar de ella. Y mucho no quedaba, aunque la grieta se había cerrado gran parte de las construcciones se habían venido abajo por el peso de las cenizas volcánicas y en las que se mantenían en pie resultaba penoso entrar porque sobre el suelo había una capa de casi metro y medio de piedra pómez. El campamento griego no era tal, sino un triste sembrado de telas rasgadas y postes torcidos y negruzcos, como si una horda enemiga lo hubiera arrasado sin piedad. Irene contemplaba consternada junto a Dafne el panorama de destrucción.
-Dafne, no le des más vueltas, desolamos un pueblo y salvamos a otro, la deuda con los dioses está saldada-. No recibió contestación alguna, solo una mirada vacía y cansada, después se acercó a la camilla de Agalis, que le requería para despedirse. -Dafne, no queremos estar aquí más tiempo de lo imprescindible, nos vamos hacia el norte en busca del verde que Gea en su ira nos ha arrebatado. Pero antes de hacerlo he pedido a uno de mis hombres que rescatara de mi casa un presente que quiero darte por haber salvado la vida de todos nosotros-. El joven cazador que tenían a su lado entregó a Dafne un objeto envuelto en un paño de lino oscuro que delataba la antigüedad del regalo. Dafne lo desenvolvió y se quedó sin palabras al verlo. Era una espada de hierro forjada a mano con una empuñadura de oro engarzada con gemas de vivos colores.
-Escucha Dafne, esa espada la forjaron tus antepasados y la dejaron en mi pueblo en espera de que tú llegaras. Tu generosidad, valentía y grandeza te hacen merecedora de ella y de mucho más, os deseo suerte en vuestro regreso a Grecia y en todo lo que emprendáis en adelante-. Dafne se agachó y cogió la mano de Agalis. -Te aseguro que volveremos a vernos, en esta o en la otra vida, buena suerte a ti y a tu pueblo, la vais a necesitar. Adiós amigo mío-. Poco después la triste procesión de un pueblo exiliado desaparecía tras un promontorio. No volverían a verlos nunca más.
El camino de vuelta fue un calvario, la primera noche durmieron al raso y sin apenas víveres temblaban bajo un persistente rocío agotados por la exigente marcha que Dafne les obligaba a mantener, quería estar de vuelta lo antes posible preocupada por el destino de los hombres de la retaguardia. Al día siguiente se puso a llover y el agua les devolvió de la atmósfera las cenizas que estaban en suspensión, así que parecían monstruos revividos arrastrándose por el mundo de los vivos, en una lúgubre procesión camino de ninguna parte.
Al caer la tarde la lluvia dio paso a una espesa niebla y se vieron sorprendidos por la negra noche metidos en un pantano cenagoso. Era lo que necesitaban para su moral, muchos de ellos se caían de puro agotamiento y hambre acumulada y otros mordisqueaban hojas para intentar engañar al estómago, pero solo conseguían añadir a sus penurias un buen dolor de tripas. No obstante consiguieron llegar a un islote seco donde se derrumbaron y se abandonaron a sus peores pesadillas. Altaír se afanaba inútilmente en calmar los dolores y en confeccionar bebedizos para bajar la fiebre de alguno de ellos. Empapados, extenuados por el interminable avance sin una referencia clara de que estaban en la dirección correcta, la única que parecía mantener la cordura y la serenidad era Dafne, aunque no queda muy claro si escenificaba el mejor de los dramas no escritos por Sófocles o estaba poseída por una fuerza sobrenatural.
Amaneció y la niebla levantaba, Ciros estaba de pie intentando buscar un punto de referencia cuando a menos de un estadio tenía frente a sus narices la tierra firme, un promontorio soleado cubierto de hierba donde un cervatillo pastaba alegremente. -No me lo puedo creer- dijo con los ojos abiertos de para en par -ese maldito dios de la tierra se burla de nosotros, primero nos apalea y luego se mofa abiertamente de nosotros-. Todos se levantaron y lo cierto es que tardaron en reaccionar ante aquella visión, como el que ve un oasis y no acaba de creérselo. Poco tardó el murmullo en ser una locura general de sucios hoplitas corriendo a ver quién agarraba al cervatillo horrorizado ante aquella chusma impresentable saliendo del infierno dando voces.
Abrazándose entre ellos y dejándose acariciar por la brisa marina bajo el sol de la mañana muchos lloraban sentados descargando toda la tensión acumulada. Dafne no les dio mucho cuartel, había que llegar a la playa que casi tenían al alcance de la mano y les dio el empujón definitivo. -Queréis comer caliente amigos míos? seguidme! a mediodía estaréis con el estómago a reventar y la cabeza metida en una crátera de vino eleusino! adelante!...Filipo, huelga decir que tanto llanto no queda muy épico para la posteridad, me entiendes, no?- Filipo echó a andar mirando socarrón a Dafne.- Lo siento jefa, mi orgullo se resiente si me cambian una coma-. En jarras, Dafne se despachaba a gusto con el imberbe -No cambiarás nunca macedonio del hades! conseguirás perder la lengua antes que la vida!-.
Con el sol en su cenit coronaban la última duna medio a la carrera, echando el resto entre gritos de alegría, pero Dafne ya estaba arriba y se tiró al suelo de golpe volviéndose hacia atrás.- Quietos todos!, silencio! que nadie de un paso más!, Irene!, Ciros!, subid aquí, rápido!-. Todos intercambiaron miradas de incredulidad y sorpresa, pero no osaron moverse de donde estaban. Cuando Ciros e Irene llegaron arrastrándose a la cima junto a Dafne no daban crédito a lo que se mostraba ante ellos. El campamento estaba, si, y el barco también, pero no era precisamente un puesto en plena actividad. No se veía un alma ni dentro ni en los alrededores, las tiendas estaban hechas jirones por el viento y había tirado también los trípodes para cocinar en las hogueras, que aún humeaban tímidamente.
-Pero que...demonios...- Ciros miraba estupefacto frotándose los ojos. -Donde están todos?- Dafne miró a Irene que le devolvió un gesto de la más absoluta incomprensión. -No lo se, Ciros, no lo se, pero vas a bajar ahí con los hombres de Talos y vas a averiguarlo- dijo Dafne - Quiero veros en todo momento, así que no os disperséis, a la mínima señal de alarma bajamos con vosotros, de momento os cubriremos la retaguardia y los flancos, levanta tu xiphos y muévelo a izquierda y derecha cuando hayas asegurado el campamento, adelante-.
Sin descansar, sin comer caliente y sin chistar aquel pequeño ejército se movía como si acabaran de salir del puerto de Eleusis corriendo a cerrar el círculo y a entrar en combate si era preciso. Dafne les siguió con la mirada. -Mírales Irene, son el mejor ejército del mundo, por Athenea que estoy orgullosa de ellos-. La avanzadilla de Talos ya registraba el campamento y sus cercanías cuando Ciros levantó la espada agitándola en el aire. Dafne hizo una señal a las tropas de flanqueo. -Vamos Irene, a ver qué cuernos ha sucedido aquí, y echaron a correr cuesta abajo espada en mano como si fueran a destrozar a un enemigo invisible.
-Y bien?- interrogaba Dafne a Ciros y Talos -Nadie en absoluto, mi señora- Dijo Ciros - Ni cadáveres, ni señales de lucha, ni huellas de una posible huida...nada, todas las armas están en la armería y los pertrechos en las tiendas, ropa, todo. No entiendo nada, sencillamente han desparecido-. Dafne miraba a su alrededor y al navío anclado en medio de la bahía, tratando de comprender.-Vamos a registrar cada palmo de terreno, me oís? cada diario y cada sentina de ese barco cuando los hombres hayan comido algo, y quiero defensas en todo el perímetro en un radio de medio estadio-.
Pero la búsqueda no dio ningún fruto, solo arrojó más desconcierto y ni una sola pista del destino de aquellos hombres y los heridos que dejaron en aquella playa. Caída la noche, dentro de la tienda de Dafne el silencio recorría la cúpula del clan apostada en semicírculo, de pie, delante de Dafne que paseaba con las manos a su espalda como una fiera enjaulada, la vista nerviosa en el suelo. Al cabo de unos instantes se detuvo. -No se qué es lo que aquí ha sucedido, ni me importa, solo se que de esta tierra maldita no se mueve un griego hasta que demos con el paradero de nuestros compatriotas, estáis conmigo?-. Todos a una sacaron sus armas y las cruzaron en el pecho. -Hasta la muerte!-.
Una expedición que al principio tenía como objetivo la riqueza y la búsqueda de nuevos horizontes se había convertido con el paso del tiempo en una desesperada lucha por la supervivencia de un pueblo. Los dioses parecían haber decidido poner a prueba la fe y la resistencia de nuestros amigos hasta límites insospechados y ahora tan sólo les quedaba un maltrecho proyecto de ejército unido por la mayor de las fuerzas conocidas, la amistad.
Pero citando a Kipling... "eso es otra historia".
Continuará
Glosario.
Amuras y aletas: Conceptos contrarios. Las amuras son las partes adyacentes de la quilla en la proa del barco, las aletas son las de la popa. Es decir, que si algo aparece por la amura de babor en el océano es que podemos verlo por la parte de la izquierda de la proa en la dirección de la marcha.
Arriar el trapo: Recoger el velamen y sujetarlo firmemente
Botavara: Travesaño horizontal sujeto al mástil del barco que se utiliza para fijar la vela y desplegarla.
Cabos: En náutica no se dice cuerda jamás so pena de la consecuente mofa del resto de la tripulación. Las cuerdas en un barco son cabos.
Bajíos: Elevaciones peligrosas e impredecibles del fondo marino, que pueden hacer embarrancar los barcos por no resultar visibles por encima del agua.
Caronte: Barquero que acompañaba a los muertos hasta el hades a cambio de dos óvolos a través de la laguna Estigia. Es por eso que en las piras funerarias griegas a los muertos se les ponían dos monedas en los ojos.
Correr una tormenta: En el argot náutico es poner la proa a sotavento con mal tiempo, con el fin de evitar que la nave zozobre con el oleaje de frente o de costado.
Clerurco: Población Ateniense enviada para la fundación de nuevas colonias.
Cornamusas: Puntos de amarre de cabos en general, con forma de cornamenta plana afirmada al navío. De diferentes tamaños según el uso y el grosor del cabo utilizado.
Crátera: Recipiente de barro grande con forma de jarrón que se utilizaba en la Grecia antigua para mezclar el áspero vino con agua. No confundir con las ánforas, que se usaban solo para el transporte.
Eolo: Dios griego del viento, que tenía varios súbditos dependiendo de donde soplara, los Anemoi.
Espejo de popa: Es el elemento estructural plano en la popa o parte trasera del barco donde se suelen alojar los mecanismos del timón.
Grebas: Protecciones de cuero o metálicas para la pantorrilla de los soldados, parecidas a una espinillera pero más altas, ya que llegaban a la altura de la rodilla. Se ataban con cintas de cuero a la parte posterior de pierna.
Hera: Esposa de Zeus celosa y vengativa, que después de una de sus fechorías fue castigada por el dios que abrió uno de sus pechos arrojando la leche materna por el firmamento nocturno. De ahí recoge su nombre la Vía Láctea
Hoplitas: Infantería pesada griega, provistos de cascos, corazas, grebas, hoplón o escudo (de ahí su nombre), jabalina y espada corta. Era la fuerza de choque más temible en campo abierto, ya que en formación cerrada resultaba muy difícil de romper. La variedad más mortífera fue la posterior falange pesada macedonia, desarrollada por Filipo II, con varias filas en profundidad dotadas de largas lanzas o sarisas capaces de crear un erizo inexpugnable.
Jarcias: Es el conjunto de cables y cabos que mantienen tensas las velas y mástiles del barco.
Meteco: Extranjero, de otra polis. Clase social griega a la que generalmente pertenecían los ciudadanos que se dedicaban al comercio y la actividad financiera. Carecían de derechos políticos y pagaban impuestos. No podían tener propiedades inmobiliarias.
Regala: Parte superior de la borda del barco, suele llevar una tapa de madera resistente.
Mamparos: Tabiques de madera u otros materiales para separar los habitáculos en los camarotes o estructuras interiores del barco.
Quilla: La quilla es la pieza más importante de la estructura sobre la que se construye un barco. La quilla es al barco lo que la columna vertebral es al esqueleto.
Sentina: Es el espacio más bajo en el fondo interior del barco. Tiene por objeto recoger residuos que podrían producir accidentes, como aceites, líquidos sobrantes, etc…
Trancanil: En embarcaciones de madera es similar a los rodapiés de las casas, pero bastante más anchos. Sirven para conducir el agua de la cubierta hacia los desagües o imbornales.
Xiphos: Espada corta griega de 50 a 60cm. de longitud, de doble filo para cortar o clavar, generalmente de cobre o hierro.
.