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viernes, 23 de septiembre de 2011

ahhh mon amie, ces´t l´amour!

Jaime sube al bus metropolitano cada tarde a eso de las cuatro, en Atocha. A esas horas el 27 va muy tranquilo y el trayecto hasta la plaza de Castilla se hace agradable, incluso en verano, ahora con el aire acondicionado no hay color, el metro es peligroso y asfixiante, es como meterte en el túnel del tiempo y nunca le tuvo mucho aprecio a moverse así por Madrid, además, en bus ves por donde vas.
Se acopla junto a la ventanilla central y de ahí no se mueve, anclado y viendo el panorama, uno de los más bellos de la ciudad. El Paseo del Prado, el Tyssen, Neptuno, Cibeles, Colón, lo más granadito y más amplio, bajo las sombra de los enormes y falsos plátanos de la Castellana.
Una lluviosa tarde de septiembre se subió una chica empapada y envuelta en una capa de agua muy parecida a la de los militares, con el pelo recogido bajo un gorrito muy gracioso también verde como los de los turistas. No le veía el rostro mientras se afanaba en buscar dinero suelto para el impaciente conductor, que hay que ver cómo se ponen cuando les das más de dos euros para que te cambien. El bus daba acelerones y frenazos sin piedad mientras ella intentaba no caer rebuscando en su monedero, después se apoyó agotada y resoplando contra uno de los asientos delanteros y fue entonces cuando Jaime reparó en su rostro. Estaba de perfil pero no pudo por menos que esbozar una sonrisa y girar un poco la cabeza al ver su nariz chata, perfecta, goteando agua que salía disparada con los resoplidos, el flequillo castaño caía sobre sus ojos de largas pestañas y sus labios eran….perfectos, se relamía las gotitas de agua con un gesto natural y gracioso. Cuando se quitó el gorro sacudió su corta melenita a lo garÇón y se agitó el pelo con una mano, se giró y plantó los ojos grises más bonitos del mundo en los azules de Jaime, sus facciones eran asombrosamente simétricas, sin exabruptos, guardando siempre armonía.
Jaime se quedó un momento infinito embobado patéticamente en la mirada de aquella Nefertiti vuelta a la vida hasta que una sonrisa cómplice acompañada de un gesto de curiosidad de la chica le sacó de sopetón de su particular agujero espacio-temporal.
Apartó nervioso la mirada hacia sus zapatos y se ruborizó como un adolescente, sintió vergüenza mientras ella seguía con descaro arreglándose el pelo y mirándole, después se sentó y sacó de su pequeña mochila un mp3, se lo puso y se sumergió en una pista de audio de dios sabe quién.
Jaime hubiera jurado que la mirada de aquella chica era de simpatía insinuando…”caramba, que chavalote más aparente!”, porque lo es, sin falsa modestia .Jaime tiene unos muy vistosos 32 años, con unos ojazos azul celeste que cuando se quita las gafas de sol en la editorial donde trabaja la recepcionista se hace un charco. Su pelo ensortijado negro azabache, barba de 15 días en un rostro noble, viril, cuerpo de Chayanne, bien vestido, mejor aseo, en fin, un hombre muy atractivo.
Pero no le gusta nada ni que se lo digan ni presumir en absoluto, es más, se siente incómodo con los contoneos forzados de muchas chicas para ganarse sus favores y tampoco soporta que le inviten a nada por su cara bonita, más de una vez se le ha escapado un seco no! ante la insistencia exasperante de alguna entaconada de pechos operados, no las puede ni ver, se le eriza el pelo del lomo. Y cuando rematan la visión con conversaciones intrascendentes se le dispara la bilis y se pone directamente desgradable, deben pensar que hombre guapo es sinónimo de cabeza hueca, así que ahueca el ala con cualquier pretexto y se hace un simpa, ahora si, con la mejor de sus sonrisas, que paguen ellas, por cenutrias.
En estas que llegaron a la plaza de Castilla y Jaime se apostó el primero para bajar del autobús, cuando vio por el rabillo del ojo cómo la chica se levantaba y acudía a la salida, dando al pulsador de parada. Se puso a su lado con la mirada fija en la calle y sin volver la cara dijo – me encantan los días de lluvia y sabes porqué? – y se volvió hacia Jaime que la miraba entre sorprendido y curioso – No, pero seguro que me lo vas a decir ahora mismo – Ella sonrió y se iluminó el mundo, se metieron en una burbuja en la que no había otros sonidos que sus voces y nada pasaba a su alrededor que llamara su atención. – Porque la gente solo se preocupa de no mojarse y no te hacen la radiografía de costumbre, eso si no te llevas un paraguazo, que hay que ir como un ninja, además, me gusta chapotear en los charcos antes de meterme en los taxis, se ponen frenéticos – Jaime se echó a reir agradeciendo la mejor presentación de nadie en su vida, después se abrió la puerta y bajaron los dos, Jaime con su pachorra habitual ante la cual la muchacha le dijo – te ayudo? – otra vez con esa dichosa sonrisa hipnotizante. Jaime no pudo evitar devolverle la gazpachada anterior. – No gracias, me encanta poner de los nervios a los conductores de autobús -. Ella se despidió con un “taluego” chispeante levantando su mp3 y marchó en la misma dirección que después tomaría Jaime.
Al día siguiente Sara estaba en la parada del 27 de Atocha leyendo un libro de Coelho, llegaba tarde pero sinceramente le daba lo mismo, para lo que pagan en esa asquerosa imprenta de mala muerte estaba bien a gusto allí con sus pensamientos sobre las etnias del desierto del Sahara. Salió un momento de su ensimismamiento para mirar  hacia la la fuente central de la plaza. Estaría otra vez el guapetón simpaticón de los ojos azules? Si así era se le iba a hacer de lo más agradable el trayecto coñazo hasta el curro. Sonrió pensando que debería dejar de ser tan macarra incluso en sus pensamientos.
Llegó el escarabajo rojo ruidoso y subió la última para evitar empujones. Miro sarcásticamente al conductor mientras sacaba el bono de diez viajes y lo ticaba en la maquinita muerdebonos. Y si, el guapetón simpaticón estaba allí mirando con gesto cansado a una señora gorda que no paraba de gesticular como un molino de viento en la calle, parecía que se había tomado la medicación de su perro.
Sara se plantó delante de Jaime y cerró su libro de golpe, le miró sonriendo – Qué! nunca has visto los molinos de Cervantes? pues ahí lo tienes – Jaime se pegó un susto que no sabía muy bien qué decir, mirando de arriba abajo a Sara porque no la reconocía sin capa de lluvia y sin gorrito de turista. –Ho…hooola!, espanta taxistas! ¿tú por aquí? – se sintió penoso por su respuesta, pero Sara río de buena gana,  cosa que le tranquilizó sobremanera. Estaba para comérsela, con unos piratas deshilachados, unas bambas sin calcetines, una camiseta raída de Jesse J. y el pelo recogido con un coletero a medio poner con prisas, pero olía a jazmín, a frescura, a juventud, a rebeldía.
- Coelho, vaya, no es de los míos, hace tiempo que perdí la vena mística...- la miró interrogativamente - Sara, me llamo Sara ¿y usted? ¿Don tranquilo?.  Jaime, si mis padres no me llevan engañando 32 años. Oye Sara, quizá en lo de Coelho no coincidimos, pero me flipa Jesse J., me parece Aretha resucitada, no crees?- Sara se estiró la camiseta reafirmando sus convicciones, con un gesto tan juvenil que a Jaime le dieron ganas de darle un abrazo. - Sep, sus mejores videos los que tiene colgados en youtube, los caseros y...agradezco tu sinceridad por lo de Coelho, otro me habría dicho por mi carita mona que le encannnnta Coelho-. Reía Jaime devolviendo agradecido el gesto a su interlocutora, el viaje prometía, no se iba a aburrir ni un poquito en su compañía. - Trabajo en una editorial, me pagan por sacar de su error a escritorcillos subidos de papo, nada me reconforta más que bajar de la burra a consagrados y envarados literatos que te dan un bodrio de novela para editar, se quedan perplejos, pero como eres el que pagas, se van destilando bilis con el orgullo metido en el c... perdona el exceso de confianza - Jaime errojeció sorprendido de sí mismo mientras Sara se descacharraba a gusto, pero lo curioso es que desde la primera frase que cruzaron el día anterior no se sentía forzado a llevar un guión preestablecido o protocolo alguno con aquella criatura deliciosa que a su edad parecía muy leída y muy de vuelta de todo en la vida -.
Transcurrió el trayecto entre bromas y descubrimientos mutuos, al final casi tuvieron que salir corriendo hacia la puerta de salida. Sara ayudó a bajar a Jaime entre las protestas de éste y las muecas burlonas de ella. En la acera se miraron un momento sonrientes. Sara hizo un gesto con la cabeza -¿Hacia donde vas cachazudo? – Jaime la miro cansino mientras ella se reía de su propia falta de respeto. –Dime a donde vas tú, narizsucia, que me voy precisamente en la dirección contraria. Buena estocada Dartagnán, pero pienso acompañarte un rato te guste o no, estoy haciendo méritos en la empresa para que me despidan, así que…- Jaime hizo un gesto con la mano sin perder la expresión de rendición absoluta, aunque por dentro tenía unos bonitos fuegos artificiales.

Resulto que la artimaña de Sara no fue demasiado efectiva, porque la editorial estaba junto a la imprenta. Se despidieron y quedaron al día siguiente en Atocha.

Y así transcurrieron los días, se fueron envolviendo en la maravillosa red de la complicidad, del tiempo que se para cuando estás a gusto, de la disculpa a tiempo, de las miradas en silencio y de los silencios pertinentes, oportunos, tanto como los diálogos enriquecedores. Daba igual el tema, lo exprimían como un limón discutiendo a veces, pero sin el ánimo de ganar un combate, solo de crecer individual y recíprocamente, sin vencedores ni vencidos.

Llegó un viernes, un maravilloso viernes soleado en el que Jaime esperaba, de nuevo, el infierno de no volver a verla hasta el lunes. Al llegar a la puerta de la editorial ella se plantó delante de él, con las manos apoyadas en la silla de ruedas de Jaime. Cada vez que hacía eso se avecinaba el huracán Sara -Qué vas a hacer esta noche chato? Porque me muero de ganas de hacer el amor contigo. – Jaime se quedó sin aliento, pero antes de responder Sara le besó largamente mientras le agarraba del cuello con tanta pasión como solo ella podía entregar. – Pero Sara, yo…soy…. No hay peros que valgan muñeco, ya inventaremos algo, ¿o es que el sexo es solo penetración?. Yo te quiero, me vuelves loca tal como eres y quiero comerte a besos.

Tres años después, en un pisito céntrico junto a la Plaza Payor corría por el pasillo un enano delante de su padre, un ex-motero enamoradísimo de su mujer y de su vida. Hasta el final no habeis notado diferencia alguna con cualquier otro tipo de relación de pareja, verdad?.

No se le puede poner puertas al campo y menos al amor.

jueves, 22 de septiembre de 2011

El abuelo

Ya no va al casino cada tarde a escuchar las mismas mentiras de autocomplacencia de los allí presentes, aunque hace mucho tiempo ya que le entran por una oreja y le salen por la otra. El vinillo que se tomaba jugando al dominó le sienta mal, así que prefiere el poyo de su puerta, su bastón y su vida para recordarla. Los amigos que hizo y perdió en la guerra, una guerra que empezó en la plaza, con el puño en alto, seguro de sí mismo y con algo por lo que luchar y que acabó soñando cada noche como venían los que mató a visitarle en sueños, en eternas pesadillas de las que no consigues despertar nunca.
La dichosa guerra, cuantos años perdidos para acabar peor que al principio, sin madre ni padre ni perro que te aguante, con los ideales metidos en salva sea la parte. pero eso pasó hace tanto tiempo que sus ojos azules pequeños y vivarachos han conseguido recuperar la alegría aunque solo sea para dársela a sus nietos en sus dilatadas visitas al pueblo, ya van siendo mayorcitos y la pequeña aldea empotrada en los Picos de Europa no es precisamente eurodisney. Pero a él le quieren, agradecen mucho sus chascarrillos y que les enseñara a ordeñar cabras, a encender una chimenea sin tardar dos horas como su padre, un ejecutivo de telefónica que no sabe que hacer con las manos cuando sale del despacho, a coger castañas sin pincharse, a aprender a silbar tan fuerte que se parten de risa porque les pitan los oídos. Son buenos chicos, el no lo era tanto. Perdió la cuenta de los escobazos que le daba su madre por volver entrada la noche, calado con el orbayo y el zaguán llenito de moras, - ¡con la de alimañas que salen a estas horas, mequetrefe, me vas a matar a disgustos! -, pero bien que se comía las moras. Tuvo que aprender rápido el oficio de pastor, no había otra, con su padre arriba y abajo cada día, subiendo de madrugada medio congelado por la helada y bajando por la tarde que no podía con las piernas de correr tras el gafas, el perro pastor catalán tuerto, que se las sabía todas. No había más que decirle – ¡muerde a esa! – y allá que iba a castigarle los cuartos traseros a la rezagada. Lágrimones e hipos le acompañaron al dejarnos definitivamente una mañana de primavera, parecía dormido junto a la cama de sus padres, se fue sin dolor, sin ruido, como llegó a este mundo. Vaya que si aprendió el oficio de pastor, con sus dolores de cuerpo y alma, sentado en los picos vigilando por si aparecían los lobos, que entonces si que había lobos, y nieves, y ventiscas. Una vez se cruzó de bruces con un oso, creo que estaban sorprendidos los dos, con la misma cara de “pero qué haces tu aquí”. Echó a correr en dirección contraria y sentía el aliento de la bestia tras él, a punto de matarle de un zarpazo. Corrió ladera abajo como alma que lleva el diablo hasta que se decidió a mirar hacia atrás cuarto de hora después, no había oso, ese día no tocaba morir. Bueno, ni en ese ni en la dichosa guerra, otros murieron por él.

Llegando al final del camino de la vida, sentado en el poyo de la puerta se pregunta si lo que hizo a lo largo de tantos años subiendo y bajando montes para guardar cabras o matar nacionales sirvió de algo, y la respuesta siempre viene de la misma manera, de la misma y azul manera en los ojos de sus nietos.

Claro que si.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Socomolotrocos esquizofrénicos

Cuando era canijo todo era más fácil, o así me lo parecía. No voy a empezar como el abuelo cebolleta a decir que antes se vivía mejor. Ni mejor ni peor, era más fácil. A ver quién es el guapo que suelta al niño en una gran ciudad y le dice –vete al parque hijo y sube a la hora de cenar -. Amos anda!, si acaso le mandas con dos guardaespaldas con un curso de full contact no sea que a la hora de cenar no tengas niño sentado a la mesa. Los padres de ahora lo tienen complicadillo y no me sorprende que muchos chavales acaben enajenados con las consolas, no pueden llevar una vida social decente hasta que les salen granos en la cara, entonces ya es tarde, salen de casa como los toros en los encierros de San Fermín y échales una liebre, a ver si les pillas. Luego todo son problemas de adaptación, psicólogos, violencia adolescente y un sin fin de males del siglo XXI.  
Y no se le puede echar toda la culpa a los padres, los dos trabajan y el día tiene solo veinticuatro horas. En muchos casos el único rato de comunicación válida con el niño es cuando está acostado y le lees un cuento. Y cuando los padres están separados, cosa cada vez más común, el gazpacho de vida que tiene el pequeño es estupendo, el no va más.
Yo he sido mucho más afortunado. Me he criado con los mismos padres desde la mañana a la noche y desde los cero años hasta la fecha en curso, que todavía aguantan mis neuras. De pequeño me soltaban en la calle con los amiguitos y era mi madre la que tenía que bajar con el rodillo de amasar para que subiera de una vez, que eso no era una pensión. Mi padre si, viajaba mucho, pero se partía el cobre por estar con nosotros siempre que podía y nunca olvidaré los veraneos en la playa, en Alicante o Almería, no necesitábamos más, solo estar con nuestros padres, que nos empeñamos ahora en llevar a los niños al otro lado del globo y no hace falta señores, no necesitan kilómetros, necesitan cariño.
Bajábamos al colegio en la sierra de Madrid en pleno invierno a doce bajo cero solos, sin el todoterreno, si, sentados en tapas de inodoro haciendo el bruto y custodiados por un mastín de un metro de altura y dos mestizos con muy mala leche, cualquiera nos tocaba. Y lo que nunca, nunca jamás olvidaré es el olor de las tostadas al levantarme, de la mantequilla hecha en casa, de los tres hermanos esperando cola en el baño envueltos en mantas que pesaban como piedras y de las tardes de tormenta junto a mi padre, en el porche.

Es lo que intento darle a mi hijo, con mayor o menor éxito y no veais cómo lo agradece.